El enemigo está en casa

La comisión presidencial contra la drogadicción y la crisis de los opioides dio a conocer un informe el pasado lunes en el que se le recomienda al presidente Trump que declare estado de emergencia nacional.

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Por Elizabeth Castro

11 August 2017

La epidemia de adicción a los opioides en Estados Unidos comenzó como una bomba de relojería. Ahora la dependencia rampante a estos potentes analgésicos ha estallado en el país, con una crisis mucho más urgente que la necesidad de construir un muro contra inmigrantes o impedir que se compren autos manufacturados en el extranjero. El enemigo está en casa y está matando a la gente en sus propios hogares y en las calles como una guerrilla incontenible.

La comisión presidencial contra la drogadicción y la crisis de los opioides dio a conocer un informe el pasado lunes en el que se le recomienda al presidente Trump que declare estado de emergencia nacional. Las pavorosas cifras corroboran tan alarmante recomendación: unas 142 personas mueren diariamente por sobredosis de estas sustancias. Solo en 2015 hubo más muertes por esta causa que por heridas de armas de fuego y casi 92 millones de personas reconocieron haber tomado Oxycontin o Vicodin, dos de las marcas más recetadas de opioides. Un dato más que se debe mencionar porque pone al descubierto el origen, en gran medida, de esta tragedia nacional: el informe cita que desde 1999 —cuando comenzó el uso extenso de este tipo de analgésicos— se han cuadriplicado las sobredosis. Se trata del mismo periodo en el que las recetas de estos medicamentos también se cuadruplicaron.

Resulta ser que como consecuencia de un marketing agresivo por parte de la industria farmacéutica, muchos doctores comenzaron a recetar indiscriminadamente estos sedantes para aliviar todo tipo de dolores: desde los más persistentes hasta los que seguramente se habrían podido combatir con una dosis más fuerte de Advil, Motril o Tylenol. Hoy en día, según el estudio, muchos usuarios reconocen que obtienen los opioides por medio de sus médicos o por familiares y conocidos que tienen estos medicamentos en sus casas y se los facilitan. Lo cierto es que en los botiquines de millones de hogares encontrar Oxicodone, Vicodin o Percocet es tan normal como lo era antes echar mano de un analgésico que se vendía sin receta.

Ahora que el país ha pasado de ser una Nación Prozac (el antidepresivo de moda en los Noventa) a una enganchada a opioides que crean adicción casi con la misma rapidez que la heroína, nuevamente se corre el peligro de abordar esta plaga como un problema de índole criminal y no como uno médico. En todo caso, si hubiera que apuntar con el dedo a la hora de buscar responsables del desastre, habría que dirigirlo a la cantidad de doctores que alegremente extendieron recetas a pesar de los peligros que encierran los opioides.

Sin ir más lejos, cuando mis hijas necesitaron sacarse las muelas del juicio, después de los procedimientos se les facilitaron recetas de Vicodin que de inmediato tiramos a la papelera. El dolor que produce este tipo de extracción sencilla no requiere el consumo de opioides, ya que las molestias desaparecen o se toleran con un simple analgésico. Y cuando hace unos años me tuve que someter a una operación de cierta envergadura, en el posoperatorio me ofrecieron un fuerte opioide que jamás adquirí, consciente de los potentes efectos de una droga que hoy los estadounidenses están consumiendo más que el tabaco.

Precisamente porque muchas personas que se ponen en manos de los médicos no tienen toda la información necesaria para sopesar los riesgos, o la voluntad de prescindir de ellos tras tomarlos con cierta asiduidad, recetarlos con impunidad, como se ha hecho hasta ahora, da mucho que pensar sobre los profesionales que, a la vista del devastador panorama, hoy restringen las recetas que hasta hace poco se suministraban indiscriminadamente por los achaques más inofensivos.

En esta hora tan negra para el país, con hordas de drogadictos que compran la heroína en las calles como sustituto de los Vicodin, Oxycontin y Percocet que antes les recetaban y ahora les niegan, hay autoridades que han llegado a proponer dejarlos morir como un modo de poner fin a la epidemia: en la localidad de Middletown, en Ohio, un comisionado propuso que los paramédicos no asistan a los drogadictos cuando sufren sobredosis. Como las morgues y los centros de emergencias de los hospitales no dan abasto, la solución pasaría por algo que se le habría ocurrido al satirista social Jonathan Swift en uno de sus incisivos textos.

Quién iba a creer que en Estados Unidos el mayor peligro no es una nación adversaria, o un inmigrante indocumentado, o hasta un desquiciado con permiso para portar armas. Lo que está matando a la población aceleradamente son unos medicamentos que hasta hace nada los recetaban en consultas y centros contra el dolor. Ahora los muertos con jeringuillas clavadas se multiplican en los callejones y las alcobas. El enemigo siempre estuvo en casa.

*Periodista.

@ginamontaner