Culpas por acción y por omisión

Si los “vecinos” son cobardes, no lo seamos nosotros. Parémonos y demos un fuerte golpe sobre la mesa del derecho para decir: ¡Basta ya!

descripción de la imagen

Por Mirna Navarrete

08 August 2017

Hace unos seis años compré una pulsera extraña a unos personajes extraños, a quienes di “ride” desde La Labor, Ocotepeque, Honduras, hasta Apopa. Eran dos jóvenes, un “gringo” y un nicaragüense. Portaban unas grandes mochilas donde cargaban bisutería. En agradecimiento por el “aventón”, me regalaron una gargantilla de bejuquillo amarrando un cuarzo rosado, que casi siempre me acompaña. Según me explicaron, es la que me corresponde según mi fecha de nacimiento. Les pregunté si tenían algo para mi esposa y les proporcioné su fecha de nacimiento. Después de 10 minutos de buscar, me dijeron que solo había una, pero era especial y costaba 50 dólares para mí. Era algo bello, con piedras de color azul intenso y un tejido complejo de bejuquillo enredado con hilos de plata pura y alguno que otro de oro. Quería esa pulsera, empecé a bolsearme y solo reuní unos centavos menos de 40. Siempre por el agradecimiento, me la vendieron a ese precio. Me fui contento. Era un regalo especial.

Mi esposa se puso feliz, porque siempre había querido algo así. Pero poco duró la felicidad. Dos días después, un joven drogadicto harapiento y con cuchillo en mano, la asaltó frente al negocio y la despojó de su celular y de la pulsera; mis vecinos, que vieron todo el evento, no hicieron siquiera ruido. El asaltante era casi un niño; hubiera sido fácil desarmarlo y someterlo. En un arranque de inmadurez y dolido por la pulsera, reclamé a mis vecinos un poco airado la pasividad de no defender a mi esposa y evitar el atraco. Hubo de todo tipo de justificaciones, desde “cuando vine a ver, ya la había asaltado”, hasta “uno no sabe en el problema que se puede meter”.

En la medida que pasaron los días, el harapiento asaltante fue siendo olvidado; solo quedaron en mis recuerdos la cobardía de los vecinos y la pulsera. Este mismo tipo, varios meses después, quiso asaltar a Rolando, uno de mis empleados, a dos cuadras del primer atraco, pero no se fijó que no iba solo. En total cuatro trabajadores habían decidido salir a comprar pizza y Rolando se les había adelantado. Cuando los otros tres se percataron de lo que sucedía, salieron a defender a su compañero y amigo. El asaltante corrió despavorido sin lograr robar nada. Hasta se llevó un par de golpes y la advertencia de que si lo encontraban de nuevo cerca de la zona la iba a pasar mal. Jamás se le volvió a ver.

El martes 18 de julio, unos drogadictos de poder y dinero fácil asaltaron los ahorros de pensiones de los trabajadores y quisieron llevarse 500 millones de dólares. Se protegieron con reformas a la ley de extinción de dominio y aprobaron que tránsfugas puedan ser candidatos en otros partidos. Los “vecinos” solo guardaron silencio. La ciudadanía, al igual que este servidor, descarga su indignación en quienes no hicieron nada por evitarlo, y olvidamos, como en mi caso, a los verdaderos responsables, quienes votaron por las reformas.

Sin dejar de reclamar la pasividad de los “vecinos”, al igual que mis trabajadores se unieron, los ciudadanos debemos unirnos para defender el dinero de los ahorros, pero sobre todo debemos unir fuerzas para defender al país del asalto al que está sometido permanentemente. Si los “vecinos” son cobardes, no lo seamos nosotros. Parémonos y demos un fuerte golpe sobre la mesa del derecho para decir: ¡Basta ya!

Hace un año, Medardo González decía en un programa de televisión: “No debemos temer al pueblo”. Tendremos que demostrar que se equivocó, que todos los partidos deben respetarnos haciendo lo que la Constitución manda, y quienes no lo hagan, deberán temernos. ¡Ese día, ciudadano, es hoy! ¡La hora ciudadana es ya!

*Colaborador de El Diario de Hoy