Nuevamente, pena propia

Tengo pena propia de decir que vengo del país que, en calidad oficial, con la seriedad que las relaciones diplomáticas implican, reiteradas veces continúa acuerpando al gobierno dictatorial venezolano.

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Por Mirna Navarrete

06 August 2017

No hay nada más incómodo que la pena propia. La ajena va acompañada de algo de misericordia y hasta piedad. La pena propia, la que viene de que la afiliación con el sujeto causal de la vergüenza, es imposible de negar, y el problema es que no por la afiliación se siente menos vergüenza. Ejemplo de lo anterior, es la sensación que algunos habrán experimentado, esa, como de haber tragado soda cáustica cuando notan que no solo sus papás decidieron llegar a buscarlos temprano a la fiesta, además llegaron en pijamas y decidieron bajarse a saludar. Dado que mis progenitores leen esta columna de vez en cuando, cabe aclarar que a mí nunca llegaron a buscarme a ninguna parte en traje de dormir, pero el ejemplo del evento de pena propia mantiene vigencia con independencia de si se ha experimentado o no.

El mismo tipo de pena propia da, ante el mundo, ser salvadoreña en este momento. No porque no me enorgullezca mi país, mis raíces, nuestra historia riquísima de tradiciones y luchas, la familia y los amigos que dejé cuando emigré. Tengo pena propia de decir que vengo del país que en calidad oficial, con la seriedad que las relaciones diplomáticas implican, reiteradas veces continúa acuerpando al gobierno dictatorial venezolano. No solo acuerpando a sus gobernantes, sino acuerpando sus acciones antidemocráticas, como la amañadísima elección para elegir a los miembros de la constituyente. ¿Cómo es democrática, igualitaria, o plural una constituyente conformada exclusivamente por los secuaces de Maduro?

El gobierno salvadoreño, al “felicitar” al gobierno de Maduro, felicita también la extorsión con la que Maduro está oprimiendo a los venezolanos más pobres, que con tal de no perder los beneficios gubernamentales de los que dependen para subsistir, deben pagar el precio de continuar apoyando su agenda política. El gobierno salvadoreño, conformado por los miembros del FMLN, curiosamente llama imperialismo o dictadura a cualquier cosa menos a la de Venezuela, a la que obedecen ciegamente, incluso al punto de hacer ridículos internacionales. ¿Qué más imperialismo que el poder que aparentemente ejerce sobre el FMLN un gobierno extranjero (del que ni siquiera dependemos económicamente) aparentemente muy por encima de sus constituyentes salvadoreños?

Qué pena ser salvadoreña, sabiendo que cuando El Salvador “felicita” al gobierno de Maduro, está tácitamente también felicitando el arresto a empujones de Antonio Ledezma y Leopoldo López, con un cinismo que a estas alturas solo puede llamarse complicidad. Hela la sangre pensar que si tienen la capacidad de ignorar los abusos a los derechos humanos cuando pasan en cámara y se vuelven virales en internet, tendrán la misma capacidad de ignorarlos cuando sea su pueblo el que los sufre, siempre que ignorarlos les garantice réditos políticos.

Y la cosa con la pena propia cuando surge de las afiliaciones familiares es que por amor no queda más que sufrirla. ¿Pero sufrir pena propia por culpa de gente de la que podemos desafiliarnos sacándolos del gobierno mediante elecciones democráticas, transparentes y competitivas? De nosotros depende cambiarlo. Escojamos gente que, si no tiene solidaridad con la comunidad internacional, tenga por lo menos empatía por la cantidad de seres humanos sufriendo bajo la dictadura de Maduro.

*Lic. en Derecho de ESEN con maestría en Políticas Públicas de Georgetown University. Columnista de El Diario de Hoy.

@crislopezg