El sastre constitucional

A pesar de las dificultades por las que estaba atravesando por falta de trabajo, el sastre constitucional sentía algo de lástima por sus colegas cubanos. Esos sí de plano no trabajan nada. No había habido cambios desde 1959.

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Por Mirna Navarrete

06 August 2017

El sastre constitucional estaba algo aburrido, había tenido poco trabajo desde la Constituyente de 1983. Era lo malo de vivir en tiempos de estabilidad democrática. A lo más que había llegado es a hacerle un par de remiendos a la carta magna derivados de los Acuerdos de Paz y otros acuerdos políticos posteriores; por lo demás, sus tijeras y agujas de coser simplemente acumulaban polvo.

¡Cómo envidiaba a sus colegas sudamericanos! ¡Esos sí que tenían trabajo! Al amparo de los gobiernos del Socialismo del Siglo XXI, habían pasado febrilmente ocupados diseñando, tejiendo y cosiendo a la medida, textos constitucionales, que cazaban a la perfección con las ideas políticas y económicas de sus tan importantes clientes, ahorita, ni más ni menos, estaban empilados cociéndole una a Maduro.

En las fotos del catálogo que ojeaba aparecía un Rafael Correa, con aquella mirada de ladrón romántico, vistiendo elegantemente su constitución que le permitía la reelección; un Evo Morales luciendo un corte casual que le brindaba poderes extraordinarios; una sexy Cristina Kirchner, luciendo una elegante combinación constitucional, que hacía juego con la forma de administrar los millones de petrodólares que recibía de Venezuela; y por su puesto, la página central del catálogo mostraba un desplegado de la Constitución venezolana, lucida con una sonrisa de oreja a oreja por el difunto que la encargó, quien la vestía con un estilo más tropical y chabacán.

A pesar de las dificultades por las que estaba atravesando por falta de trabajo, el sastre constitucional sentía algo de lástima por sus colegas cubanos. Esos sí de plano no trabajan nada. No había habido cambios desde 1959 y a pesar de que la Constitución cubana salía recurrentemente en los catálogos de moda, no dejaba de parecer como un elegante traje neandertal hecho para ser lucido por Pedro Picapiedra. Así de obsoleto se veía el diseño. En esas cavilaciones se encontraba cuando la campanilla de la puerta de su negocio sonó. ¡El corazón le dio un vuelco! ¡Por fin un cliente!

Se trataba de un caballero ya algo entrado en años, de andar pausado y sonrisa amigable. Se le acercó al mostrador y sin más preámbulo le solicitó: “quisiera que me cociera una nueva constitución. La quiero a la medida”.

“Hummmm”, dijo el sastre constitucional. “Las constituciones a la medida salen algo caras” expresó, mientras hacía mentalmente cálculos sobre el posible precio de lo servicios, pero con tan poca clientela en estos días, habría que aprovechar al máximo las oportunidades, a lo mejor y sacaba su agosto. “Más o menos, ¿cómo la quiere?” preguntó frotándose las manos.

“Mire”, dijo el cliente, “mi amigo Daniel tiene una bien bonita, con muchos lindos detalles. A mí me gustaría una parecida. Fíjese que permite la reelección por veinte años, control supremo del presidente sobre el congreso y el órgano judicial, y no tiene inconveniente que después gobierne la esposa… aunque sobre eso último no estoy tan interesado. Además, le brinda al Estado la capacidad de definir el modelo económico según se le antoje. Y como detalle, quiero las mangas con botones del tipo ‘Solo pueden circular colones’, y las solapas al estilo ‘las pensiones son mías’”.

“Hummmm”, volvió a decir el sastre constitucional, por que se quería hacer el difícil para poder justificar los honorarios. “Ese corte es bien complicado. Se me hace que le va a salir algo caro” dijo haciendo cálculos mentales. “Así como la quiere, la va a ir costando más o menos unos quince puntos porcentuales en las preferencias del electorado y un 10 % del PIB en términos de disminución en la captación de inversiones. Aumentará 7% el déficit fiscal y los organismos de calificación financiera internacional, crearán una nueva clasificación para El Salvador, por que ya la CCC no le va a bastar”.

“¡Huy!”, dijo el cliente algo asustado, “¡qué caro! ¿No me puede dar un mejor precio? Es que mire, no me malinterprete, tenemos capital político, pero no se si me da para tanto. Además, tengo un amigo joven trabajando en la alcaldía, que me puede prestar un poco de su capital político si fuera necesario, aunque si me sale bien esto de la constituyente, capaz ya ni necesito pedírselo; así que deme un mejor precio y hacemos el negocio”, sentencio triunfante.

“Hummmm”, dijo de nuevo el sastre constitucional, “lo que puedo hacer es compensarle la disminución de las preferencias electorales, cambiándosela por encuestas chaveleadas y aumento de voto duro vía regalos populistas. Ese es el mayor descuento que le podría hacer”.

“¡Hecho!”, dijo el cliente, dándose ambos un fuerte apretón de manos. “¿Y para cuándo la quiere?”, preguntó el sastre constitucional. “Más o menos para cuando ya no estén Los Cuatro Magníficos”, contestó el cliente.

Y colorín bien colorado, este cuento futurista ha terminado.

*Abogado, máster en Leyes.

@MaxMojica