Goma

No queda claro si es tanta la irritación y deshidratación de la goma o un delirium tremens de poder, pero los amiguitos están dispuestos a validar abominables actos por los que hace tantos años ellos tomaron las armas y expusieron sus vidas.

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Por Elizabeth Castro

01 August 2017

Los amiguitos se fueron de fiesta. De hecho, viajaron para una monumental celebración.

Aprovechando el verano, se juntaron con algunos compinches del pasado y revivieron los buenos momentos que han compartido.

Como es típico de cualquier celebración entre aquellos que han sido muy cercanos, las bromas suben de tono y se dicen cosas que horas después y sin tanta euforia dentro, quizá se pueden lamentar o provocar vergüenza. A veces, incluso se evocan errores del pasado y se les vuelve a llamar, a convocar. Todo parece buena idea en medio de la celebración.

Los amiguitos, sin embargo, terminaron la fiesta y los estragos son notorios. La fatiga y las náuseas son visibles, la irritabilidad es perceptible y el mal humor no los abandona. Sin embargo está pasando un fenómeno extraño. En lugar de lamentar los comentarios altisonantes que dijeron al calor de las consignas de fiesta, parecen estarlos sosteniendo. Los amiguitos quedaron fijados en ese modo inapropiado en que se condujeron hace unos días. La resaca (la goma, pues) ahí está, se les nota el malestar, pero de esa fiesta y de ese viaje han vuelto como empoderados.

Los amiguitos fueron de fiesta a Nicaragua en ocasión del XXIII Foro de Sao Paulo y se quedaron al ‘after’, conmemorando el trigésimo octavo aniversario del triunfo de la Revolución Sandinista en ese país.

En el furor de la celebración, los imagino abrazados festejando y en un momento de euforia exacerbada, uno de ellos se atrevió a decir, imagino que tímidamente, algo fuerte, que no se esperaba. Tras un instante de silencio, el comentario no fue reprochado ni reprendido.

Por el contrario, lo validaron, elevaron sus copas e instaron al resto a repetirlos. Fue algo así como: “Compañeros, voy a ser honesto. Ya me cansé de que solo pensemos en elecciones y a veces las perdamos. ¿Por qué no nos tomamos el judicial completo?”.

Segundos fríos y largos. Nadie responde. Él empieza a sentir vergüenza cuando una risotada resuena del fondo del salón. Es un compadre del sur, con más experiencia en esto y lo invita a no ser tímido. Valida su comentario y lo llama a ir por más: “¡Y los medios, compañero, los medios también!”.

Y así, en una especie de efecto dominó, se añadieron peligrosas propuestas. Y unos, a escondidas del resto, recordaron con nostalgia a algunas de sus exparejas: unos le mandaron mensajitos a Expropiación, otros a doña Persecución y ellas suspiraron por el recuerdo de Represión y Presos Políticos, sus amantes del pasado.

Los amiguitos volvieron a sus casas y para sobrevivir se esperaba que ingirieran el suero del mundo real. Pero esta es una extraña resaca y los amiguitos sostienen cada palabra de lo que dijeron y por un instante parece no ser una locura de juventud. ¿Era en serio lo que pensaban?

Días después, los amiguitos vieron cómo otros de los asistentes a la fiesta fueron más lejos.

Más allá de la retórica, sus compañeros de Venezuela asestaron un fatal golpe a lo mínimo que quedaba de las instituciones de su país. Con una espuria y repudiada pantomima de elección, consolidaron una dictadura que sin miedo busca el poder total. Y con total frialdad, perdieron la vergüenza de matar.

No queda claro si es tanta la irritación y deshidratación de la goma o un delirium tremens de poder, pero los amiguitos están dispuestos a validar abominables actos por los que hace tantos años ellos tomaron las armas y expusieron sus vidas. Es tanta la resaca que no temen hacer el ridículo nacional e internacionalmente, pretendiendo disfrazar de “revolucionarios” y “luchadores” a gorilas que añoran el absolutismo del pasado y que en nada se diferencian de un Stroessner o un Pinochet.

Hay fiestas que le hacen muy mal a uno. Lo que empezó como diversión sana entre amigos del pasado escaló a bromas pesadas y se borraron las líneas. Ya no saben qué es o no real. Han agarrado una especie de “zumba autoritaria” y eso siempre termina mal.

Y no solo para ellos. El resto, que los vimos con sobriedad, eventualmente recibiremos la factura de los desórdenes que causaron mientras celebraban.

*Columnista de El Diario de Hoy.