Discúlpenme, pero no...

Lo siento si no les parece lo que escribo a propios y extraños, pero cansa que quieran hacerlo creer a uno que lo bueno es malo y que lo malo es bueno.

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Por Inés Quinteros

14 July 2017

"Discúlpeme pero no, no me hace falta una moda para mi identidad, me visto de sincero y no me queda tan mal y traigo a la medida mi autenticidad.

“Discúlpeme pero no, no me hace falta el dinero para saber quién soy. Soy libre como el viento y eso me hace feliz, muy feliz, ¿y a usted no?...”.

Estos versos del cantautor costarricense Martín Valverde son los primeros que se me vienen a la mente cada vez que alguien quiere convencerme de algo que no me cuadra.

Yo atiendo a los vendedores insistentes y a veces hasta molestos que quieren persuadirme de adquirir sus productos, tarjetas, promociones, etc. O a los hermanos misioneros mormones o Testigos de Jehová que me regalan su mensaje y sus documentos y atalayas.

Lo que no paso es a la gente que me quiere imponer una idea o tomarme el pelo o hacerme caer en trampas semánticas o retóricas. Y no es que sea cuadrado, sino que me enseñaron a mantener los principios y no ser borrego.

Estoy de acuerdo con que la gente sea como quiera y respeto sus convicciones y preferencias, pero de eso a que me las impongan, como decía mi abuelo, ni a cañonazos.

Tengo buenos amigos y amigas que promueven las ideologías de género, la “diversidad sexual” y otras corrientes o modas que no comparto; saben que no me parece involucrar a los niños en esos temas, no dejarles vivir su infancia y confundirlos, o que en aras de la “igualdad” se mande a convertir los matrimonios en verdaderos pancracios o cuadriláteros de lucha libre. Tampoco voy a justificar el maltrato físico o sicológico entre parejas, menos si las víctimas son mujeres, o a sus hijos.

“Con ellos y ellas”, como les gusta decir, pensamos muy diferente en esos y otros temas, pero nos guardamos respeto porque son excelentes personas.

De igual manera, celebro la separación del Estado y la Iglesia tanto como el agua y el aceite y soy un convencido de que si alguno de ambos traspasa la frontera sólo puede caminar hacia la distorsión de propósitos, la corrupción y el fanatismo.

No obstante no soy quien para juzgar y puedo entender que por muchas razones una adolescente quede embarazada, pero no tolero que traten de sorprenderme con juegos de palabras para que me trague cualquier historia para justificar que su bebé, un ser que no podía defenderse, al no más nacer fuera lanzado a una fosa séptica como estiércol y muriera asfixiado por las heces fecales.

A los medios internacionales pueden sorprenderlos aderezándoles los hechos, pero no pretendan hacerlo con el salvadoreño de a pie, que es muy sabio y conoce cuándo lo quieren engañar.

Digan y peleen lo que quieran en los tribunales, pero que no se permita que crímenes como ese queden impunes a base de tergiversaciones, subterfugios jurídicos y trampas semánticas.

Y conste, no estoy condenando a la acusada. La justicia ya la encontró culpable y la sentenció, después de un largo proceso, exámenes de forenses y otros especialistas, el análisis y criterio de tres tribunales, resoluciones y apelaciones durante más de un año.

Qué más le desearía que estuviera estudiando y superándose en lugar de perder su juventud en una cárcel. Y de corazón espero que tenga una nueva oportunidad y la aproveche.

Lo que no me cuadra es que asesinatos como este queden impunes y se intenten justificar, para lo cual se hagan correr ríos de razones verdes y presenten historias falsas y dramatizaciones con el disfraz del infortunio, dentro y fuera del país.

Lo siento si no les parece lo que escribo a propios y extraños, pero cansa y repugna que quieran hacerlo creer a uno que lo bueno es malo y que lo malo es bueno.

“Discúlpenme pero no, no me hacen falta fronteras y odio la división. Soy ciudadano del mundo, simplemente soy yo, si eso les molesta... Discúlpenme por favor...”.

* Periodista.