Al médico en su día

Desde los médicos que trabajan en lugares recónditos, en un puesto de salud de una isla olvidada, hasta los que descubren medicamentos en grandes centros de investigación, hay una línea que les une: su interés en aliviar el sufrimiento.

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Por Inés Quinteros

14 July 2017

Ayer, 14 de julio, se celebró el Día del Médico en El Salvador. No es la misma fecha en todos los países. En los Estados Unidos se celebra el 30 de marzo y conmemora el día en que se usó por primera vez la anestesia en un paciente. Fue el Dr. Crawford W. Long quien, al utilizar éter en 1842, dio el primer paso en un camino que tendría infinitas repercusiones en el desarrollo de la Medicina: la cirugía sin dolor. En varios países latinoamericanos se celebra el 3 de diciembre, para conmemorar el día en que nació Carlos Finlay, el médico cubano que, en la segunda mitad del siglo XIX, descubrió que la fiebre amarilla era transmitida por el mosquito Aedes aegypti, hallazgo que permitió salvar cientos de miles de vidas. En México se celebra el 23 de octubre, fecha de la inauguración ?1833? del Establecimiento de Ciencias Médicas de la Ciudad de México.

En El Salvador la celebración es el 14 de julio y conmemora el día de la fundación del Colegio Médico en 1943. Fueron 21 médicos quienes, a iniciativa del Dr. Arturo Romero, lo fundaron en lo que fue el local de la Sociedad de Beneficencia Pública.

Sea cual sea la fecha, la celebración reconoce la contribución de los médicos a las personas y a la sociedad en su conjunto, contribución importante pues la salud y su preservación es un factor clave en el bienestar y progreso humano. La profesión es tan antigua como la humanidad misma y le ha servido con lealtad, entrega y afecto. Desde los chamanes y los curanderos, han surgido entre la sociedad personas con una motivación especial de ayudar a otros, con habilidades físicas o de observación más allá de lo común, que ponen estos atributos al servicio de los demás. Debe haber un don innato que sirve de base, al que se agregan muchos años de formación en los que la parte innata se complementa y perfecciona.

Ser médico requiere características personales específicas, que no cualquiera tiene. Se necesita una voluntad firme, sin la cual sería imposible tolerar unos años de formación y una actividad que son en muchos sentidos antinaturales. Pasar años durmiendo por ratos, cuando la oportunidad lo permite, mientras se asimilan toneladas de información de la más variada naturaleza; despedirse de la vida normal para pasar a ser parte de los inventarios de un hospital; sacrificar cenas familiares, idas al mar, fiestas; comer a medias, y un sinfín de cosas más que no son las tendencias naturales humanas implica una actitud especial que no se explica sino por la vocación.

Desde los médicos que trabajan en lugares recónditos, en un puesto de salud de una isla olvidada, hasta los que descubren medicamentos en grandes centros de investigación, hay una línea que les une: su interés en aliviar el sufrimiento.

Vaya un reconocimiento a los médicos que no pudieron pegar el ojo anoche por un paciente en condiciones críticas, a los que levantaron a las cuatro de la mañana para atender un parto, a los que les tocó dar malas noticias y mantener su ecuanimidad, a los que les tocó un examen después de ver a una docena y media de enfermos, a los que no pueden cometer un error aunque se caigan de cansancio, y a los maestros que me enseñaron esta mezcla de ciencia y arte, que hayan pasado un feliz Día del Médico.

* Médico psiquiatra y columnista de

El Diario de Hoy