Vocación de servicio público

Poco se ha dicho de lo mucho que perdimos como país al apartar a perfiles con verdadera vocación de servicio público

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Por Mirna Navarrete

09 July 2017

El servicio público es de las vocaciones más nobles a las que puede aspirar un ciudadano. Y digo vocación, porque no es para cualquiera. Si como país aspiramos al cambio, al progreso y al desarrollo, los requisitos constitucionales para los cargos públicos deberíamos considerarlos apenas un mínimo y los partidos políticos apenas un vehículo, no un fin. Las ganas, como pudimos aprender de los kilómetros de país pintados con “Urge Remberto” no bastan. Aunque la preparación importa, y mucho, la vocación de servicio es lo que distingue a los mediocres y a los malos de los líderes transformativos. En El Salvador hemos sido afortunados: la vocación de servicio público, por suerte, también ha aparecido entre miembros de la sociedad civil, que no necesariamente veían la política como fin, sino como medio para impulsar cambios cuando agotaron todas las instancias desde el activismo ciudadano.

Ya se han vertido múltiples opiniones al respecto de la crisis de verticalismo de poder que está obstaculizándole la renovación de liderazgos a ARENA, y en consecuencia, haciéndole reducir su potencial electoral únicamente a lo que pueden alcanzar con el voto duro, perdiendo la posibilidad de jalar a independientes liberales, hartos de la corrupción, la inseguridad, la incapacidad y anti-democracia del FMLN. Comparto esas opiniones, pero poco se ha dicho de lo mucho que perdimos como país al apartar a perfiles con verdadera vocación de servicio público, y como a las personas apartadas la modestia no las dejará hablar de sí como deberían, lo voy a hacer yo.

La consecuencia de escribir una columna en un medio de circulación nacional y firmarla con nombre, apellido, foto y cuenta de Twitter, es que una se hace, irrevocable y permanentemente, dueña de lo que escribe. Esta responsabilidad obliga a la verdad, y a no jugarse el pellejo por cualquiera. Por eso, y con plena conciencia del peso que tiene hacerse dueña de lo dicho y lo escrito, con toda tranquilidad doy fe de que al apartar a Aída Betancourt como aspirante a una candidatura de suplencia, y al forzar a que los principios obligaran a Juan Valiente y a Johnny Wright a renunciar a sus candidaturas, no solo ARENA, sino el país, perdió.

He tenido el privilegio de conocer a Aída por más de 11 años. En lo que a política se refiere, no siempre pensábamos igual: su compasión por los más vulnerables, tendencia a valorar todos los argumentos, su pragmatismo y atención a los procesos políticos, de vez en cuando reducía mis idealismos y axiomas a platitudes inaplicables en la realidad salvadoreña. Años del ejemplo que le dejó su familia en lo que a servicio público se refiere la convirtieron en una apasionada del profesionalismo en la política pública, y es por eso que lleva años estudiando, con becas y otros reconocimientos a su mérito académico, las mejores maneras de acercar a un país a la democracia y al desarrollo.

Esto es algo que no contaría ella, pero su pasión por el servicio público la viene arrastrando desde antes de que tuviera edad de votar -- no cualquiera se sabe el prólogo de las Confesiones de Rousseau de memoria. Es el tipo de ciudadana dedicada, que pone atención más a las propuestas que a los partidos; el tipo de votante que tantos candidatos no se merecen.

Como universitaria en el extranjero se regresó a El Salvador para poder estar en el año preelectoral, y según sus palabras, “oír las propuestas de los candidatos, sentir la euforia cívica y votar por primera vez en unas elecciones tan decisivas.” Eso lo saqué de un blog que escribió antes de votar por primera vez, cuando regresó a El Salvador después de su pre-grado. Continúa: “Aunque siempre he sido una empoderada de la coyuntura a pesar de la distancia, vine además con toda la intención de hacer algo por el país, que desde mi regreso ha sido aderezada de realidad, frustración y un poquito de cinismo. Vine a encontrarme con el mismo país con diputados alérgicos a la legalidad, funcionarios ignorantes (por convicción o conveniencia) del funcionamiento institucional, políticos completamente desconectados de la realidad de muchos salvadoreños y, en su mayoría, una clase política absolutamente ajena a la vocación de servicio. Sigo convencida de que la participación ciudadana, la vigilancia de la clase política y la exigencia de rendición de cuentas deben ser permanentes, y que las elecciones son solo un momento en la vida democrática de un país.”

Como votante y activista ciudadana, agotó todas las instancias durante más de tres años: cuidó urnas, observó elecciones, participó en protestas a favor de la institucionalidad, y fue, con un grupo plural y diverso, gran defensora de la Constitución y el Estado de Derecho cuando el gobierno de Mauricio Funes intentó decapitar a la Sala de lo Constitucional, tanto en las calles, como en aulas de discusión académica, como en redes sociales y columnas escritas. ARENA decidió que no sería la vía, pero nuestro país se merece más Aídas. Depende de nosotros como sociedad civil abrir los caminos para impulsar sus liderazgos, aunque sea de manera independiente.

 

*Lic. en Derecho de ESEN con maestría en Políticas Públicas de Georgetown University. Columnista de El Diario de Hoy.

@crislopezg