Una vida de fe y milagros

En 2014, los médicos dijeron que había hecho un trombo en la arteria femoral y que había que amputarle urgentemente la pierna derecha. Sucedió un milagro: no fue necesaria la amputación. Era el 13 de mayo de 2013.

descripción de la imagen

Por Elizabeth Castro

01 July 2017

Hubo una mujer que a sus 47 años concibió un hijo y, aunque era un embarazo de riesgo y creyendo contra toda esperanza, ella decidió tenerlo. Presiones, “sugerencias”, miedos no hicieron mella en la determinación de María.

Tampoco la hizo cambiar el caso de una vecina suya que dio a luz a un niño con síndrome de Down.

Nacida en 1922 en el Jocoro de las Gigantas, los chicharrones y los totopostes, una apacible localidad de Morazán, María era una mujer muy serena, que no necesitaba gritar para hacerse oír o sentir. Nunca se le oyó discutir ni decir frases soeces o hirientes. Era una guerrera de la vida, cuya arma más poderosa era su humildad y su rosario en sus manos entrelazadas. Era la herencia que a su vez había recibido de sus padres y abuelos.

María era hija de una familia de agricultores y mineros, numerosa, modesta y tradicional. Cuando María tenía seis años, su madre falleció. En su adolescencia, en los años 40, con el mundo sacudido por la Segunda Gran Guerra y El Salvador dominado férreamente por la dictadura martinista, se marchó a trabajar a San Salvador, primero en carreta hasta San Miguel y luego en tren hacia la capital, al barrio Santa Anita.

A los pocos años se casó en la antigua Catedral Metropolitana con Gilberto, quien trabajaba en el viejo Telégrafo y quien antes había sido cabo del Ejército y había jurado ante la Bandera ir a pelear a Alemania contra los nazis. Tuvieron dos hijos. Para entonces eran los años 50, con los golpes de Estado sucesivos, la religiosidad tridentina en auge y Elvis y Bill Haley revolucionando la música, aunque también la gente se enamoraba con los tríos y con las películas de Pedro Infante en las esperadas “tusadas” del cine.

Era el San Salvador de las calles ordenadas y despejadas, con lanchones Chevrolets y buses de madera. Hombres con pantalones bombachos blancos y señoras saliendo de misa con su mantilla.

Llegaron los años 60 con su baby boom, con el twist y el go-go, los Kennedy, la televisión popular, Rivera y Duarte y la Guerra Fría, el Concilio Vaticano II que cambió los ritos de la misa católica y el relevo de Juan XXIII a Pablo VI.

María estaba dedicada a su hogar, a su esposo y a sus hijos cuando le confirmaron que vendría un tercer vástago. Dio a luz a un hijo sano, lo amó con amor infinito y le enseñó a hablar con Dios, le adentró en la Biblia y le enseñó a cantar salmos. Siendo una mujer con muchas limitaciones, le entregó a su hijo la mejor riqueza que guardaba: su fe. No escatimó comprometer su propia vida cuando una vez un maleante quiso apuñalar al joven en un autobús y ella se puso en medio para recibir la estocada, lo cual disuadió al malhechor.

Ella comenzó a trabajar en un laboratorio hasta jubilarse y ver a sus primeros nietos. Con su tez blanca y su rostro ovalado tenía cierto parecido a Juan Pablo II y por esos sus vecinos le decían “la hija del Papa”.

Pero su corazón la traicionaba. Los médicos decían que era tanto su amor por su familia y por los demás que se le había agrandado el corazón. En 2005 estuvo a punto de morir por un infarto y una lesión pulmonar. Los médicos dijeron que “era una bomba de tiempo” y que no viviría mucho. Se equivocaron.

Aunque hubo más crisis, las superó una a una. La peor de ellas fue en 2014: una serie de arritmias hizo que se le formara un coágulo o trombo en la arteria femoral y los médicos urgieran amputar la pierna derecha. Se volvieron a equivocar.

La familia no lo permitió y entró en oración. Al final no hubo necesidad de amputarla. Era el 13 de mayo de 2013. El Señor la dejó junto a su familia cuatro años más.

Esa mujer era mi madre, yo soy ese tercer hijo por el que se arriesgó y amó tanto. Esa fue su vida de fe y milagros. Ella me dio la existencia y por la irónica ley de la vida yo tuve que enterrarla el miércoles.

“Madre, regresaré, toma mis manos y duérmete, toma mis manos y duérmete...”. ¡Hasta siempre en mi corazón...!

*Editor Subjefe de El Diario de Hoy.