Ricardo cree en la revolución

Daniel ha traicionado esos ideales. Se sirvió del discurso. Murieron esas flores del 79 y ahora el patriarca de la gesta vive como los de antes, dice Ricardo ya con un poco de molestia.

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Por Mirna Navarrete

21 June 2017

Estoy a unas cuadras del parque central de León, en Nicaragua. Específicamente, en una banca bajo un árbol frondoso en las afueras de la Iglesia de la Merced.

Mientras espero la hora de comer y encuentro resguardo del abrasador sol de esta región, entablo una amistosa conversación con otro Ricardo, un amable nicaragüense de unos cincuenta y tantos.

Entre mordiscos de su pollo Tip Top y sorbos de un fresco que bien podría ser de naranja, mi tocayo me cuenta algunos pasajes de su vida y cómo esta bonita ciudad ha sido protagonista de sus recuerdos más vívidos, buenos y malos.

Los relatos nos llevaron a su adolescencia, a sus noviecillas, a quienes les cantaba “Palomita guasiruca” de camino a Las Peñitas y su inicial timidez. Mariela, de Telica, nunca correspondió su amor.

Había, entre todos los relatos de aventuras y desventuras, un hilo conductor que servía de escenario a los momentos más importantes de su vida. Ricardo creció en una Nicaragua convulsa, saqueada financiera y moralmente por años de somocismo.

Y siendo un adolescente idealista, creyó en la revolución. Adornó las paredes de su humilde habitación con frases alusivas a Sandino y un día tomó las armas en uno de tantos frentes estudiantiles que ahí surgieron.

Entre mayo y julio de 1979, Ricardo y sus compañeros participaron en la Toma de León, según me cuenta, siempre bajo el árbol, siempre fuera de la iglesia de la Merced. Su historia es fascinante y definitivamente ya no estoy pensando en ir a almorzar o en el sol abrasador.

Ricardo sigue creyendo en la revolución. Habla con nostalgia de la toma del Fortín de Acosasco. Añora la poesía, los colores y el idealismo detrás de su gesta. Le brillan los ojos mientras repasa su porción de Tip Top.

Esta conversación, que empezó por casualidad, nos ha llevado por diferentes rincones de su vida no solo como espectador, sino como protagonista de la historia de su país. Pero hay una pregunta que aún no le hago.

De igual manera la responde, con un poco de resignación: Daniel ha traicionado esos ideales. Se sirvió del discurso. Murieron esas flores del 79 y ahora el patriarca de la gesta vive como los de antes, dice Ricardo ya con un poco de molestia.

Mi tocayo lamenta los lujos y las controversias de quien por años dijo reivindicar las causas más progresistas y que pretendía darle voz a los más desprotegidos de Nicaragua, Nicaragüita.

Resalta, con ironía, que cada tantos meses lleva a sus hijos y su nieto en autobús a Poneloya, para procurar abstraerlos por unas horas del tedio de una vida que se ha estancado, donde no hay mayor aspiración que una sobrevivencia digna.

“Y la comandancia… ¡Esos jodidos viven bien, de’acachimba y haciendo negocios!”.

La conversación ha llegado a una etapa extraña. El colorido y el llano tono de voz con que me ha narrado sus aventuras se convirtió en una especie de lamento. Nos despedimos con una rara sonrisa y el ánimo a media asta. Seguiré recorriendo esta pintoresca ciudad. Por su parte, Ricardo sigue y seguirá creyendo en la revolución, mas no en quienes la han secuestrado.

Y mientras me alejaba, por alguna razón pensé en mi país, pero aún no sé por qué...

*Columnista de El Diario de Hoy.

@docAvelar