Camina siempre adelante...

Nuestros viejos sabían de ética y política más que nadie y no eran indiferentes a la situación del país, algo que ahora es muy común entre las nuevas generaciones, dadas más a la comodidad que a la responsabilidad.

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Por Elizabeth Castro

17 June 2017

De la autoría del cantautor argentino Alberto Cortez, “La Voz de la Amistad”, con mucho respeto retomo una de sus composiciones que más nos inspiraron en nuestra adolescencia y llegaron hacerse realidad en nuestras vidas:

“Cuando le dije a mi padre que me iba a echar a volar, que ya tenía mis alas y abandonaba el hogar, se puso serio y me dijo: A mí me ha pasado igual, también me fui de la casa cuando tenía tu edad. En cuanto llama la vida los hijos siempre se van; te está llamando el camino y no le gusta esperar.

“Camina siempre adelante, tirando bien de la rienda, mas nunca ofendas a nadie para que nadie te ofenda. Camina siempre adelante y ve marcando tu senda, cuanto mejor trigo siembres, mejor será la molienda.

“No has de confiar en la piedra con la que puedas topar, apártala del camino por los que vienen detrás. Cuando te falte un amigo o un perro con quien hablar, mira hacia dentro y contigo has de poder conversar.

“Camina siempre adelante, pensando que hay un mañana, no te permitas perderlo porque está buena la cama. Camina siempre adelante, no te derrumbes por nada y extiende abierta tu mano para quien quiera estrecharla...”.

Esos justamente son los principios y valores que recibimos de nuestros padres (en algunos casos de manera muy estricta), los cuales faltan en el presente.

Más allá de la poca o mucha instrucción que hubiesen recibido, nuestros padres y abuelos eran unos verdaderos sabios. De mi padre aprendí a dar gracias a Dios antes de comer y de dormir; a ceder el asiento a la señoras y señoritas (sobre todo las embarazadas y las ancianas) en los autobuses, a no buscar ser el primero sino el último, a esperar ser llamado, a saber escuchar, a conmoverme con los niños recordando que yo también lo fui, a ser solidario, a ser un incansable caminador.

Aprendí a disfrutar el buen cine y toda buena lectura, comenzando con la Biblia, siguiendo con los periódicos, los clásicos de la literatura, a Julio Verne o la poesía de Machado, Neruda o García Lorca, o tocar la guitarra con los boleros de Pedro Infante y Javier Solís.

Aprendí a ver la vida de colores desde el viejo Telégrafo en el San Salvador sesentero y setentero y a entender que rico no es el que más tiene, sino que rico es el que menos necesita.

Sobre todo, aprendí a distinguir entre los políticos honestos y los mentirosos, demagogos y cómodos; los que prometen paraísos de igualdad y son los primeros en formar nuevas élites u oligarquías; los que se victimizan cuando se ven acorralados por la justicia y la razón.

Nuestros viejos sabían de ética y política más que nadie y no eran indiferentes a la situación del país, algo que ahora es muy común entre las nuevas generaciones, dadas más a la comodidad que a la responsabilidad.

En su “Carta a mi hijo”, el escritor Mathías Claudius escribe: “No te dejes engañar por la idea de que puedes aconsejarte solo y que conoces el camino por ti mismo. Este mundo material es para el hombre demasiado poco y el mundo invisible no lo percibe, no lo conoce, ahórrate, pues, esfuerzos vanos, no te aflijas y ten conciencia de ti mismo.

“Considérate demasiado bueno para obrar mal. No entregues tu corazón a cosas perecederas. La verdad, querido hijo, no es gobernada por nosotros, sino que nosotros debemos ajustarnos a ella”.

Démosle gracias a Dios por nuestros padres y madres (y por los cumplen ambos papeles a la vez). No los desilusionemos, no los olvidemos. Dediquémoles tiempo, busquemos su felicidad.

*Editor Subjefe de El Diario de Hoy.

PD: “Cuando le dije a mi padre que me iba a echar a volar, se me nublaron los ojos y me marché del hogar…”