En el Día del Padre

No fue perfecto —¿quién lo es?— pero sus cualidades compensaron con creces sus defectos.

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Por Elizabeth Castro

16 June 2017

Recuerdo que de niño le preguntaba su edad a mi padre. Hacía cálculos de cuánto tiempo más iba a estar con nosotros. Me preocupaba que se fuera haciendo viejo, y temía el momento en que dejáramos de sentir su presencia. Y es que él —no sé si inconscientemente pero con toda seguridad sin proponérselo— fue el eje en el que giraba todo en casa. Su influencia contaba mucho.

Aún cuenta mucho. Es rara la noche en que no se presente en mis sueños. Cuando me voy quedando dormido su imagen aparece y se destaca entre todas las demás. Sea cual sea el sueño, de cosas pasadas o de situaciones presentes, ahí está él. Nos lleva de paseo a aquellas playas de la niñez, lo veo en la antigua casa, en los días normales o en los que había algo especial; a veces solo observa cómo me manejo en los asuntos actuales, y de alguna forma me hace saber lo que piensa.

Atesoro los consejos que mi padre me dio pues transcienden el tiempo. Me siguen siendo útiles. Cómo no lo van a ser si venían de una mente privilegiada, con una capacidad de analizar las cosas que no he vuelto a ver en nadie. Lo complicado lo hacía ver simple como hacen los que realmente saben. Y daba sus consejos sin pretensiones, sin hacer sentir su autoridad, con un par de frases contundentes que salían con la mayor naturalidad del mundo.

Nunca fue egoísta con sus conocimientos. Muchos lo buscaban para pedirle su opinión en el tema que mejor manejaba, las leyes y su aplicación, y nunca salían defraudados. Pero su sabiduría abarcaba mucho más, y no fueron escasos quienes llegaron inicialmente para oír su opinión de algún caso legal, y volvieron para aprender sobre la vida.

Le gustaba su trabajo, al que nunca vio con codicia. Mi padre pudo llegar a ser un hombre rico si se lo hubiera propuesto pero el dinero jamás le interesó demasiado. Se conformaba con vivir decentemente y dar a su familia lo necesario. Llegó a tener fama y status pero ambas cosas las vio con indiferencia.

Aprendimos de él no solo por lo que decía sino por lo que fue, por su integridad como persona, por su ingenioso sentido del humor, por su capacidad de desprenderse de las cosas materiales. Lector ávido, tenía la afición de comprar libros, los que terminaba regalando a quien fuera. Calculo que con los libros que regaló se podrían formar varias bibliotecas. Fue muy querido por vendedores de billetes de lotería a quienes les pedía un número, casualmente el que no tenían, lo dejaba encargado y pagado, y no volvía por él. También por las vendedoras de verduras de la calle a quienes pagaba frecuentemente más de lo pedido. Nunca pidió rebaja porque decía que a los pobres no se les pide rebaja. Es seguro que por haber sido así Dios lo bendijo y nunca le falto el trabajo.

No fue perfecto —¿quién lo es?— pero sus cualidades compensaron con creces sus defectos. Se fue de nosotros hace ya trece años pero sigue estando ahí, en los sueños, en las decisiones que tomamos, en la forma cómo tratamos a los demás y en la manera cómo enfrentamos la vida. Ha pasado el tiempo pero aún me preguntan por él y me hablan de él. Debería extrañarlo más pero por qué si no se ha ido del todo.

*Médico psiquiatra

y columnista de El Diario de Hoy