Conversaciones con la tía Meme

Otras almas, por su parte, tienden a la rebeldía, a la respuesta inesperada, a la discusión abierta y sin tabúes, a la propuesta atrevida, optan por caminar por la ruta menos explorada.

descripción de la imagen

Por Mirna Navarrete

11 June 2017

Siempre he pensado que tenemos esa propensión a ser hijos de nuestro tiempo. Algunos viven, sueñan, desean, molestan y mueren conforme a los usos de la época en que han nacido, por lo cual siempre me ha dado vueltas en mi cabeza la pregunta ¿somos nosotros los que cambiamos el tiempo en que vivimos o es el tiempo en que vivimos es el que nos cambia a nosotros?

Unos espíritus y mentes tienden a ir con el “mainstream”, con la colectividad, con lo políticamente correcto. Respetan la moda, la tendencia, la moral, la religiosidad, lo socialmente aceptado a esa fecha. Otras almas, por su parte, tienden a la rebeldía, a la respuesta inesperada, a la discusión abierta y sin tabúes, a la propuesta atrevida, optan por caminar por la ruta menos explorada. A esas últimas pertenecía mi Tía Meme.

“Tía Meme” era un mote cariñoso que le decíamos no solo sus sobrinos de sangre, sino los amigos de los amigos de los amigos. Mi tía, Delmy Burgos, era una mujer especial, irreverente, divertida, contestataria, soltera por vocación y socialista hasta la médula. Obtuvo su educación universitaria así como una de sus varias maestrías, en el Chile de Allende, en donde absorbió sus ideas socialistas, las cuales proclamaba abiertamente en una sociedad tan conservadora y militarista como era la salvadoreña en la década de los setenta y ochenta.

Fiel creyente en la opción social y antimilitarista –a pesar de que mi abuelo, su padre, fue coronel de la Guardia Nacional-, apoyó decididamente a Guillermo Manuel Ungo durante la campaña presidencial contra la opción militar del presidente Arturo Armando Molina; para luego de la muerte del candidato, dedicar su vida al trabajo social en Fundaungo, su legado. Durante la guerra, fue una decidida antimilitarista, pero al mismo tiempo, rechazaba que la opción fuera la acción violenta, asesina, secuestradora, saboteadora y guerrillera que desarrollaba el Frente; por lo que se convirtió en una decidida creyente y entusiasta simpatizante del partido social-demócrata que el raquítico menú político salvadoreño ofrecía en aquella convulsa década de los ochenta.

Yo, un cipote de pantalones cortos, mente inquieta y convicciones absolutistas, aparecí en la escena. Decididamente fascistoide, argumentaba con mi tía que la solución al conflicto era ejercer más fuerza, disparar más balas. En mi mente juvenil soñaba con una solución pinochetista para el conflicto, soñaba con ese hombre fuerte que debería surgir en El Salvador para solucionar de una vez por todas el conflicto que vivíamos. Soñaba con alguien que viniera a poner “orden”.

Pasábamos tardes enteras conversando con un buen café en la mano. Yo, con planteamientos airados, con ese ímpetu y convicción propios de la juventud. Ella, con la respuesta reflexiva: ¿a que país nos llevaría -esta o aquella- acción del gobierno? ¿en que libro has leído que eso que expones realmente funciona? ¿ellos, los que piensan diferente a ti, te has dado cuenta que son tus hermanos salvadoreños? ¿querés un país en “orden” pero “sumiso”? “Tráeme la bibliografía de lo que me expones y entonces hablamos”.

Mi tía me hizo leer. Me hizo reflexionar. Me hizo ponerme en los zapatos de ese “otro” al que yo atacaba. Mi tía me hizo confrontar y contrastar mis ideas, con otras ideas. Me hizo pensar, cuestionar, rechazar dogmas, analizar -sin ideas preconcebidas- la postura del contrario. Me hizo entender que estudiar y leer era la solución. Que todo punto de vista era respetable y ninguna idea estaba ajena a la discusión y análisis. Que toda idea generaba, irremediablemente, una postura contraria. Me hizo entender que nadie tenía el derecho de imponer una idea por la fuerza a otros, sea esta de derecha o de izquierda y menos bajo insultos o amenazas. Que todos tenemos derecho a expresarnos, sin importar cual es nuestra postura, ya que la verdad, lo coherente, lo real, al final de cuentas, es lo que se va a acabar imponiendo.

Mi tía murió. Ahora con muy pocas personas puedo discutir mis ideas políticas libertarias; pero quizás sea bueno que ella –a donde quiera que esté: en el nirvana, en el Valhala, en el cielo, o conociéndola… quizás en alguna irreverente biblioteca espiritual- sepa que ahora su sobrino todo lo cuestiona, todo lo somete a la razón, todo lo analiza, todo lo piensa bajo la lupa de los diferentes puntos de vista, “poniéndose en los zapatos de los demás”. Ahora convertido en un libertario de derecha, finalmente le podría decir a mi tía, la socialista, contestaría y rebelde: … “Hey, tía, igual a usted, he decidido no ser hijo de mi tiempo”.

*Abogado, máster en Leyes.

@MaxMojica