Horchata aguada

Pensando con buena fe y asumiendo que en el discurso presidencial no hubo intento de estafar a la población vendiéndole gato en vez de liebre, la única explicación posible es que con todo y buena fe, la instrucción y moralidad del presidente son más bien simbólicas.

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Por Mirna Navarrete

04 June 2017

Alguna vez han ido a una piñata concurrida? Lo que tienen en común estos eventos es que para atender la sed de las masas los anfitriones se ven forzados a echarle agua a la horchata. A veces, dependiendo de la sed y de la cantidad de gente, la horchata se vuelve más bien simbólica, pues es tanta el agua que de horchata solo queda la ilusión.

Ya sea por atender al clamor de las masas, que tienen la osadía y el abuso de exigir sin parar un gobierno que funcione, sea transparente y resuelva los problemas de país, nuestras autoridades se han visto forzadas, como anfitriones de piñata, a echarle agua a la horchata. Es por eso que muchísimos de los conceptos que en papel pensaríamos significan una cosa, nuestras autoridades han diluido de tal manera a pura retórica, que al final de cuentas han perdido cualquier tipo de significado.

Tomemos como ejemplo los conceptos de moralidad e instrucción notoria que nuestra Constitución impone como requisito a ciertos miembros del Órgano Ejecutivo: al presidente, ministros, viceministros, y gobernadores. El discurso de rendición de cuentas del presidente Sánchez Cerén el 1 de junio dejó clarísimo que el concepto de moralidad e instrucción notoria en nuestro país está más devaluado que el bolívar venezolano, porque la perorata estuvo repleta de medias verdades, cifras engañosas, comparación de períodos no equivalentes y mentiras a secas.

¿O es acaso verdad que las autoridades cumplen “a totalidad” la Ley de Acceso a la Información? (A menos que su nombre sea Marcos Rodríguez, cualquier persona que ha intentado obtener información transparente del Estado conoce como yo que el acceso a la información pública tiene mucho por mejorar.) Es difícil aplaudir la declaración de que tenemos un país más seguro, porque con cifras de hoy, solo es más seguro que hace 2 años. Estamos, estadísticamente hablando, con los mismos niveles de homicidios con los que contábamos en 2014. No tenemos como saber si las cifras de pobreza que mencionó son confiables, puesto que el 2.1 por ciento que citó no está respaldado con datos oficiales. Dijo también que la economía va a crecer un 2.4 por ciento -- dejó afuera el contexto: nuestros pares en la región están creciendo cerca del doble que nosotros. Si somos tan parecidos a los países que están creciendo casi el doble, manteniendo todas las variables constantes y controlando por el impacto de la inseguridad en nuestro país, cualquier persona sin título de economista podría concluir con facilidad que lo que tenemos diferente son precisamente nuestros gobernantes. ¿Será esta la variable que tenemos que cambiar pronto?

Pensando con buena fe y asumiendo que en el discurso presidencial no hubo intento de estafar a la población vendiéndole gato en vez de liebre, la única explicación posible es que con todo y buena fe, la instrucción y moralidad del presidente son más bien simbólicas. Bien intencionadas, como la horchata aguada, pero igual de faltas de sustancia.

Como posdata, es interesante notar que nuestra asamblea constituyente omitió el requisito de moralidad a nuestros diputados. Como requisito para el cargo se exige “notoria honradez e instrucción”. Previeron nuestros constituyentes que quizás exigirle moralidad a los diputados -- que al lugar de trabajo presentan actitudes que a cualquiera nos harían perder el empleo en el sector privado, como llegar armados o quedarse dormidos en el puesto -- era poner el estándar muy alto.

*Lic. en Derecho de ESEN

con maestría en Políticas

Públicas de Georgetown University.

Columnista de El Diario de Hoy.

@crislopezg