Chepe Transformer

Cuando Chepe Transformer fue contratado en el ministerio, su familia hizo un Te Deum para celebrar el magno acontecimiento: ¡por fin tenía trabajo!

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Por Mirna Navarrete

04 June 2017

Esta es la historia de José Cándido Américo López de la Cruz Bautista, mejor conocido como Chepe Transformer. Él es un funcionario público con un rol indefinido, uno más de los cientos de burócratas que han surgido en la única fábrica de empleos que creó el Bachiller cuando ejercía la Presidencia: la Estatal. El Gobierno de la República ha sido, desde 2009, el único sector que decididamente y de forma entusiasta, ha contratado regularmente a cientos y cientos de afortunados salvadoreños que por su filiación ideológica, ahora tienen la dicha de tener un trabajo estable y bien remunerado.

Cuando Chepe Transformer fue contratado en el ministerio, su familia hizo un Te Deum para celebrar el magno acontecimiento: ¡por fin tenía trabajo! Y no es que Chepe padeciese de alguna dolencia que le impidiese trabajar, ¡no! ¡qué va! Era sano como un roble, lo que pasa es que ni el trabajo ni el estudio eran lo suyo. Es que Chepe adolecía de una intensa necesidad de mantener su cuerpo en forma horizontal, de preferencia sobre la colchoneta que tenía en su cuarto, o bien, sobre la hamaca de pita que tenía el patio.

Si hubiera un Récord Guiness para permanencia en hamaca de forma ininterrumpida y voluntaria, seguro Chepe lo gana. Nadie lo superaba en esa innata habilidad para el descanso. Había dejado sus estudios en sexto grado, ya que -con su aguda inteligencia- Chepe no le hallaba utilidad a eso de las matemáticas y otras ciencias abstractas. Para él, el Álgebra de Baldor no era más que un libro del averno que merecía haber sido quemado en una hoguera pública, mientras que los principios de economía eran herramientas que maliciosamente utilizaba la malvada oligarquía para llevar a cabo sus inconfesables planes. Así las cosas, Chepe, con la rebeldía que lo caracterizaba, decidió pelearse con el sistema, saboteándolo con la ingeniosa idea de rechazar todo tipo de conocimiento académico.

Un día Chepe iba pasando fuera de la Universidad Nacional, cuando estaban en plena acción los de la Brigada El Limón. Chepe quedó fascinado. Encontró su verdadera vocación. Descubrió cómo se le subía la adrenalina al quemar llantas en la calle. Como se sentía poderoso al cerrar calles e impedir que buses, motos y demás vehículos circularan libremente por ellas. Le embriagó la sensación de cómo él y su grupo de compas, -de la nada- tenían poder sobre otros ciudadanos, quienes, temerosos, se apartaban de su paso sin siquiera atreverse a verle a los ojos. En ese momento, el antiguo y pacífico Chepe murió y nació Chepe Transformer.

Chepe alternaba su pasión por la hamaca, con sus actividades de brigadista. Cuando no estaba en posición horizontal, estaba con su camiseta del Che Guevara y su boina, en alguna protesta. Por su pasión y entrega a la causa, pronto llamó la atención del liderazgo histórico, y fue ascendiendo poco a poco dentro de la importancia política de la organización. Cuando por fin llegó la soñada época del cambio, Chepe era lo suficientemente notorio como para poder solicitar a sus padrinos políticos que se le cumpliera el deseo de cualquier salvadoreño: un trabajo.

Eso sí, nunca, ni en sus más intensos sueños de verano, había previsto que le asignarían la jefatura de un departamento. Ya antes le había dado un par de órdenes a Firuláis, su mascota, hasta ahí su experiencia como jefe; mientras que sus antecedentes como administrador se limitan al día que le cuidó la tienda a su abuelita. Pero ahora –por obra y gracia de los dioses del Valhala- era el amo y señor del destino de proyectos gubernamentales millonarios, asignaciones de licitaciones, de aceptar o rechazar inversiones internacionales, conceder trabajos o ascensos, asignar contrataciones y así, un profuso etcétera de actividades productivas que dependían de que él diera su aval.

El ahora convertido “Lic. Chepe Transformer” (o al menos ese era el grado académico que decía el rótulo en su escritorio, ya que se veía mal que el encargado de la oficina no fuera licenciado en algo), rápidamente entendió que en su rol como Jefe, incluía el tener que hacer esperar 1 hora y media en el lobby de su despacho, a los empresarios e inversionistas que le pedían cita; que tenía que retrasar la firma de los contratos al menos 1 semana; que su aval para dar inicio a los proyectos tardara, como poco, 10 meses; y que no había nada suficientemente urgente, como para que no se tomara el tiempo para “revisarlo bien”.

Un buen día, sentado en su escritorio, Chepe recibió su cheque quincenal. No lo podía creer. Con lágrimas en los ojos, volteó a ver ese rostro sonriente con la banda nacional en el pecho que colgaba en la pared de su despacho, y únicamente atinó a decir: “gracias por todo, compa”.

*Abogado, máster en Leyes.

@MaxMojica