Opinar en estos días

En la era de las redes sociales preservar sin tacha la reputación es prácticamente imposible. Cualquier expresión de una idea o punto de vista abre las puertas del infierno y llueven las críticas ponzoñosas.

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Por Inés Quinteros

02 June 2017

En los tiempos de nuestros abuelos y bisabuelos la reputación era el tesoro mejor cuidado y más protegido. Tenía el mismo valor que la vida. El más mínimo daño que se le hiciera y la más leve insinuación que pudiera afectarla llegaban a ser cobrados con sangre. Los duelos ?a pistola o espada? ante cualquier comentario que sonara a difamación no eran raros y las leyes incluso permitían estos actos cuando el honor estaba en juego. “?Y tú, anda a tu casa y ármate, porque te voy a matar”, le dijo José Arcadio Buendía a Prudencio Aguilar en Cien años de soledad, ante una insinuación que éste hiciera sobre su virilidad después de haber perdido una pelea de gallos.

Hoy las cosas son muy diferentes. En la era de las redes sociales preservar sin tacha la reputación es prácticamente imposible. Todo aquel que se expone públicamente en una entrevista, con un artículo periodístico, con una simple opinión, es inmediatamente sujeto a una avalancha de comentarios negativos, insultos y difamaciones. Cualquier expresión de una idea o punto de vista abre las puertas del infierno y llueven las críticas ponzoñosas. Y como la cosa no es andar retando a duelos a todos los difamadores gratuitos lo que queda es desarrollar un pellejo más grueso y aceitar el ego para que todo resbale.

Nadie se libra, ni los más inocentes. Después del reciente atentado terrorista en el concierto de Ariana Grande en Manchester, que cobró la vida a 22 personas, incluyendo niños y adolescentes, la cantante manifestó en redes sociales su pena por lo ocurrido. Obviamente no tuvo ninguna culpa y muchas personas sensatas se lo hicieron ver, mostrándole su apoyo. Pero no faltaron las mentes retorcidas, las que aprovechan cualquier oportunidad para destilar veneno, y le enviaron tweets malintencionados: “El karma está viniendo a ti, es lo único que diré”; “Es su culpa, eso es lo que consigue por hacer música de m”, son solo dos ejemplos de los mensajes enviados.

Las redes sociales sirven para muchas cosas, entre éstas para advertir el grado de bajeza moral a la que se puede llegar. Lo peor de la naturaleza humana es expuesto con claridad. El anonimato y la percepción de protección que éste da contribuyen a ello. Cualquiera es valiente y dice lo que quiere si sabe que una sombra lo protege.

La libertad de expresión es un derecho que debe incentivarse y defenderse. Pero este derecho no es cualquier cosa, tiene sus reglas básicas. Toda opinión o crítica son válidas si el que las da o hace tiene al menos el valor de dar la cara y poner su nombre, el nombre verdadero, a la par del comentario. Ahora ni siquiera se puede saber si la crítica proviene de alguien que realmente no está de acuerdo con una opinión o de personas o grupos que no tienen en verdad interés en el tema y que sólo vierten la crítica porque les produce un insano placer o porque de eso viven. Los troles, que buscan crear confusión sobre un tema, provocar emociones negativas entre los participantes de una discusión o simplemente denigrar a los que se determina como blancos, se han convertido en algo ya esperado. Ante la imposibilidad de hacerles frente, ya que sería un esfuerzo inútil, lo mejor es ignorarlos. La alternativa no es aceptable pues sería no decir nada, no opinar, no exponerse, hacerles el juego y quedarse mudos.

* Médico psiquiatra y columnista de El Diario de Hoy.