"El hombre viejo y el hombre nuevo"

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12 abril 2014

El Catecismo de la Iglesia Católica señala que "los ciudadanos deben, cuanto sea posible, tomar parte activa de la vida pública". El establecimiento de esta máxima nos invita a influir positivamente en la transformación de la sociedad. Hacer lo contrario significa renunciar a la posibilidad de trasladar al prójimo los valores cristianos de la solidaridad, la caridad y la búsqueda del bien común.

Recordemos que también se peca por omisión y en consecuencia, ceder el espacio a quienes no fundamentan éticamente sus decisiones y abusan del poder, es equivalente a enterrar los talentos, pocos o muchos, que el Señor nos ha entregado y que debemos multiplicar para entrar al Reino de los cielos como lo hizo aquel siervo bueno y fiel.

El entorno lo podemos cambiar participando en organizaciones sociales, clubes de servicio, juntas de vecinos, grupos parroquiales, instituciones de beneficencia, entre otros. También la actividad política es un medio adecuado para realizar enormes transformaciones en la vida de millones de personas. Es uno de los ámbitos donde se despliega una caridad inmensa beneficiando a segmentos importantes de la población.

Lamentablemente, cuando carece de una dimensión ética, la política se deteriora aceleradamente y en consecuencia se desincentiva a quienes desean involucrarse en esta insigne tarea. Ejercer la política apartados de la fe y sin la conciencia formada es un atentado a la dignidad del ser humano. "Es inútil esperar --solía decir San Pío X-- que quien no tenga formación pueda cumplir con sus deberes de cristiano".

Por esa razón los que decidan involucrarse activamente en política deben acudir a la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) y al Catecismo. También es recomendable que consulten los mensajes, discursos y clases doctrinales del Sumo Pontífice, principalmente cuando aborda aspectos de la vida política. La DSI para el caso, nos señala algunos criterios sobre la democracia que deberían tener en cuenta quienes ejercen la política: 1. La democracia exige instituciones creíbles y autorizadas, que no estén orientadas a la simple gestión del poder, sino que sean capaces de promover la participación popular en el respeto de las tradiciones de cada Nación. 2. La democracia exige, independientemente del sentido del voto en las distintas consultas electorales, que todos los ciudadanos cooperen de manera activa en la promoción del bien común. 3. La democracia exige un ejercicio responsable de la autoridad, lo que significa una autoridad ejercida mediante el recurso a las virtudes que favorecen la práctica del poder como servicio. 4. La democracia debe comprometerse en la promoción de la "justicia social", de hecho la democracia sólo alcanza su plena realización cuando cada persona y cada pueblo es capaz de acceder a los bienes primarios (vida, comida, agua, salud, educación, trabajo, certeza de los derechos). 5. La democracia debe proteger la inviolabilidad de la conciencia, la libertad religiosa y el derecho a la vida.

A los políticos que a su vez son creyentes les corresponde trasladar a la vida las normas objetivas que animen un comportamiento político justo, siendo conscientes, sin embargo, que no es la religión la que debe aportar al debate político ese tipo de argumentos.

El papel de la religión, decía Benedicto XVI, consiste más bien en ayudar a purificar e iluminar la aplicación de la razón al descubrimiento de principios morales objetivos (discurso en Westminster Hall, Londres, 17 de septiembre de 2010). En esa misma oportunidad, el Papa emérito señalaba el ejemplo de Santo Tomás Moro, el gran erudito inglés y hombre de Estado, admirado por creyentes y no creyentes por la integridad con la que fue fiel a su conciencia, incluso a costa de contrariar al soberano de quien era un "buen servidor".

Moro eligió a Dios y ofreció su vida por Él. No quiso ofenderle y rehusó la solicitud de divorcio del rey Enrique VIII casado con Catalina de Aragón. Ese es el pragmatismo que deberíamos esperar del político en el Siglo XXI. Sin embargo está ocurriendo lo contrario. Se aprueban normas en contra de la vida, se desnaturaliza el matrimonio y se fomenta la corrupción y la impunidad.

Finalizamos esta reflexión con el llamado del Papa Francisco en su visita a Brasil en ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud: "Entre la indiferencia egoísta y la protesta violenta, hay una opción siempre posible, el diálogo con el pueblo, la capacidad de dar y recibir, permaneciendo abiertos a la verdad. Un país crece cuando dialogan de modo constructivo sus diversas riquezas culturales". Este es otro de los grandes déficits en la actuación política contemporánea. Ojalá que todos, políticos y ciudadanos, dejemos al "hombre viejo" y aceptemos al "hombre nuevo", sin mirar atrás y convencidos que nuestra labor no es más que la vocación de cuyo cumplimiento se nos pedirá cuentas el último día.

*Columnista de El Diario de Hoy.