La tragedia de Odebrecht

Desventuras que han estallado como consecuencia del efecto en cadena que produce la corrupción, una hiedra venenosa que descompone los estamentos de la sociedad y, como las plagas, deja a su paso víctimas colaterales.

descripción de la imagen

Por

21 April 2019

Nunca he sido aficionada al género de las fantasías medievales, pero en vista del entusiasmo universal ante la última temporada de la popular serie de HBO Juego de tronos, decidí sumarme a la fiebre colectiva para pertenecer a la tribu al menos a lo largo de los últimos seis episodios que quedan.

La intrincada saga de los Siete Reinos está llena de intrigas palaciegas, truculentos enredos familiares, rivalidades insalvables, irreprimibles bajos instintos, pero también momentos de redención. En los paisajes gélidos de un universo mítico quedan de manifiesto nuestras fortalezas y nuestras debilidades terrenales.

Con el suicidio del ex presidente peruano Alan García, que el miércoles pasado sacudió al Perú y toda la región, me vinieron a la mente los dilemas universales de la naturaleza humana que la popular novela de George R. R. Martin aborda. García, implicado en la trama de los supuestos sobornos pagados por la empresa brasileña Odebrecht, es una más de las personalidades que se han visto arrastradas por el enorme escándalo de corrupción y tráfico de influencias que recorre Latinoamérica. Un mal endémico que lejos de apagarse se ha perpetuado en gran parte de la clase política. La lamentable realidad de las coimas que pudren los cimientos de las instituciones y debilitan el engranaje de las democracias.

Qué viene primero, ¿el huevo o la gallina? Es decir, ¿las empresas en busca de contratos lanzan el anzuelo o los políticos de turno esperan sin disimulo ser recompensados con favores y cheques cuantiosos a cambio de otorgar licitaciones para obras públicas? Me temo que está implícito el sobre que se pasa por debajo de la mesa o el ingreso en una cuenta oculta en paraísos fiscales para construir muchos de los puentes, carreteras y otras infraestructuras cuyas bases se erigen sobre el suelo movedizo de la corrupción. De algún modo, ha sido una de las defensas esgrimidas por Odebrecht: ¿Acaso hay otra manera de obtener una licitación en un continente donde la cultura de las mordidas forma parte de la vida cotidiana, desde los burócratas más oscuros a políticos de primera línea?

Desde luego, las supuestas prácticas de la poderosa Odebrecht que han salpicado a un sinfín de políticos no eximen a la empresa constructora de su papel corruptor. Desde que a partir de 2013 un equipo de fiscales en Brasil condujera la operación denominada Lava Jato que destapó el escándalo implicando a al menos 12 países, altos cargos de la compañía acabaron en el banquillo de los acusados por, presuntamente repartir sobornos millonarios que han arrastrado como un tsunami a figuras prominentes y partidos políticos.

La lista es larga e incluye a ex presidentes como el brasileño Lula da Silva (cumple una sentencia de 12 años); cuatro ex mandatarios de Perú (Alejandro Toledo, Ollanta Humala, Pedro Pablo Kuczynski y el fallecido Alan García); el ex presidente panameño Ricardo Martinelli, hoy en día encarcelado en su país; en Colombia los tentáculos de Odebrecht resultaron en las defunciones de dos personas que iban a testificar, pero murieron antes en circunstancias extrañas por haber ingerido cianuro.

Una estela ominosa que va dejando en el camino un reguero de sucesos digno de una novela negra. Desventuras que han estallado como consecuencia del efecto en cadena que produce la corrupción, una hiedra venenosa que descompone los estamentos de la sociedad y, como las plagas, deja a su paso víctimas colaterales.

Entre los implicados en el affaire Odebrecht también hay hijos y familiares de los protagonistas que en su día supuestamente se dejaron seducir por la tentación del enriquecimiento ilícito. Si los individuos envueltos en el escándalo hubieran seguido con atención Los Sopranos, otra legendaria serie de HBO anterior a Juego de tronos que revolucionó la narrativa de la televisión por cable, habrían comprendido que con esa serpiente cascabel no se juega, porque su veneno alcanza a las personas que más amamos y creemos que están a salvo de nuestros delitos y faltas.

Alan García, quien a lo largo de su accidentada trayectoria política osciló entre una personalidad arrolladora y brotes depresivos, se disparó en el cuello (pero el destino de la bala era el cráneo) cuando fueron a detenerlo para que respondiera por las acusaciones que pesaban sobre él. El ciclón Odebrecht se lo llevó en su torbellino.

No hace falta remontarse a cruentos tiempos medievales con dragones alados para ser testigos de una tragedia de sobornos y conspiraciones.

Periodista *Twitter: @ginamontaner