Mis clientes

En un país como el nuestro, donde todos parecen conocerse o conocer a alguien que te conoce, he aprendido que mi confidencialidad es de lo que más aprecian mis clientes (y de lo que más se quejan de algunos colegas)

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19 April 2019

Durante una soleada y fresca mañana, en medio de la agradable y cuidada vegetación de ese campus, asistí en una ocasión a la graduación de una reducida promoción de psicólogos. Presidía el acto el rector de la universidad, un sobrio y equilibrado hombre de leyes y de letras, de rica y amplia experiencia, con muchas lecturas y poderoso pensamiento: un académico de cepa y de continuo trabajo diario. Se escucharon los discursos de rigor, sentidos y apropiados para el momento. Luego de la entrega de los diplomas, antes de las fotos de orgullo y alegría de los graduandos y sus familias, el rector ofreció la oportunidad para que alguno de los flamantes graduados se dirigiera a la concurrencia. Sus esfuerzos fueron todos infructuosos: ninguno aceptó el ofrecimiento. Al cabo de unos minutos, el rector salió al paso con una sintética frase: “Se nota bien que los psicólogos están más formados para escuchar que para hablar”. Recuerdo nítidamente sus palabras pues resumió muy bien la tarea fundamental de quienes nos dedicamos al ejercicio de la psicología: escuchar, contener, acompañar, preguntar, creer y animar.

En otra ocasión, una rueda de distinguidos profesionales —todos mayores que yo— mantenían una animada y culta conversación. Con mi sola excepción, ningún psiquiatra o psicólogo entre ellos. En un momento, no recuerdo asociado a qué argumento, uno de ellos me dice cariñosamente: es el riesgo que corren ustedes al trabajar con quienes trabajan, terminan viendo normal lo que es patológico. Aunque su afirmación no fuera del todo correcta como aclaré al momento, (la mayoría de mis clientes no presentan patologías), me dije: “Pan para tu matate”. A quienes nos gusta aprender, lo hacemos siempre que podemos.

Ejercer la psicología, que es ciencia y arte a la vez, en un país tan pequeño como El Salvador no es fácil. En tiempos tan convulsionados, lo es menos. Habiendo tenido la oportunidad de atender a tantos clientes, Dios ha sido bueno conmigo y nunca me envió nadie con sus manos manchadas con sangre o que hubieran robado el dinero de los contribuyentes. En un país como el nuestro, es bendición que agradezco altamente. Dilemas éticos me han desvelado más de una noche: ¿cómo proceder en tal caso? ¿Condenar el pecado pero atender al pecador? ¿Dejar sin ayuda a la persona sufriente por condenar al corrupto o asesino? “No juzgar” es de las máximas más difíciles de seguir en la práctica profesional. Con envidia “de la buena” veo a los arquitectos, ingenieros, publicistas y artistas, entre otros, cuyas obras pueden ser admiradas sin reserva por ojos propios y ajenos. Otras profesiones también pueden, en algunos casos, presumir con razón de sus éxitos. Nosotros, en cambio, no podemos comentar “a esa persona la ayude durante su tiempo difícil” o “sus hijos fueron mis clientes”.

En un país como el nuestro, donde todos parecen conocerse o conocer a alguien que te conoce, he aprendido que mi confidencialidad es de lo que más aprecian mis clientes (y de lo que más se quejan de algunos colegas). En los más de 30 años que llevo de ejercicio profesional, esa confidencialidad ha sido mi norma de vida. En algunas ocasiones, incluso, he tenido que navegar con bandera de extraterrestre, habiéndome visto en conversaciones en las que se comentan incidencias de alguien que a la fecha me consultaba. Si puedo, hago lo posible por evitar que se hagan malos juicios sobre por desconocimiento sobre la persona, siempre y cuando revele no datos que permitan sospechar ningún tipo de relación profesional. Usualmente, prefiero callar.

Por lo mismo, agradezco tan profundamente cuando alguien, en ambientes sociales o en encuentros casuales, comenta con franqueza y agradecimiento mi intervención profesional exitosa en ella misma o con algún miembro de su familia. Quien adquiere el compromiso de reserva absoluta es el profesional, no el cliente. A ellos y ellas, rendidas gracias por sus benévolos comentarios.

Psicólogo