Canción de los peces rojos

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19 March 2019

Fue un hermoso amanecer cuando Rhuna se encaminó a las montañas. Iba en busca de la leyenda de los peces rojos que vuelven al lugar de origen a desovar, morir y eternizarse. Su destino era el mismo destino de los peces escarlata, remontando la imposible aurora del ayer.

Atrás quedó Lapo, su anciano padre mercader. También quedó en el seco valle la multitud de fieras humanas. Kanta era otra fiera diferente y desnuda que, a diferencia, buscaría su estrella más allá de los riscos. Acaso —como los tigres blancos de los montes— iría igualmente huyendo del destino o quizá a reencontrarse consigo mismo. Como un hombre más, conquistando su origen. Quizá sólo un pez carmesí, soñando el mañana —que dentro del tiempo circular— era su mismo pasado. Llevaba consigo los mapas de un perdido reino, tal vez el de sí mismo. Nunca reveló a nadie el secreto de Rhuna. Si lo hubiera hecho nadie le habría creído quizá o le hubieran cerrado el camino a su ideal. Únicamente Mara, la hija del molinero —que jugaba, poniéndole nombre a las estrellas— supo de su secreto. Así, mientras el viento arrastraba por los desfiladeros la canción de los peces rojos, Mara nombró junto a él todos los astros del universo. “Esa estrella —dijo al arquero— es Rhuna. Lejana como esa tierra desconocida que buscas”. De esa forma el arquero fue estrella y lejanía.