Las mujeres y la corrupción

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08 March 2019

Se celebró ayer el “Día de la Mujer”. La mujer (¿acaso existe “la mujer”?) lleva un buen tiempo recorriendo el camino de su emancipación. Conceptualmente, no me gusta pensar que la mujer deba liberarse. Y no me gusta porque eso exige, conceptualmente también, que se la considere previamente sujeta a un régimen especial, entre la esclavitud y una ofensiva sumisión.

En lo personal, he conocido a muy pocas en esa condición. Pero las estadísticas muestran un cuadro diferente, lo cual me lleva a pensar que las mujeres que yo he conocido han sido excepcionales, en ambos sentidos de la palabra. Tampoco soy aficionado a la pretensión de hacerla igual al hombre pues nunca lo será. Entre otras cosas, porque nosotros los hombres tampoco somos todos iguales ni estamos cortados con las mismas tijeras. Los hay peores, como decía el amigo. Además, porque ese afán las ha hecho copiar lo que de malo hacíamos los hombres, que se ve peor en ellas.

Año 1977, tiempos de “Caralinda”, el salón de belleza de dos emprendedoras mujeres. Les iba muy bien en ese rubro. Inquietas como eran las amigas, ampliaron la operación y se dedicaron también a importar libros de España y México que trataban de vender en dicho salón, aprovechando que el local era frecuentado por tanta gente, el que escribe incluido. Así conocí, motu proprio, aquel ladrillo fundacional que resultó ser “El segundo sexo” de Simone de Beauvoir, la francesa intensa, libre e irreverente, que vivió como pensaba y con quien Jean Paul Sartre mantuvo una relación mundialmente icónica.

Por entonces, cursaba mi segundo año de universidad en aplastante, pero no aplastada, minoría masculina ante un mar de compañeras de la más distinta naturaleza. Ya entonces se discutía con fuerza el tema de la “liberación femenina”. Tratando de llevar la discusión en clase a parámetros menos idealistas y facilones en los que había derivado, tuve la osadía de citar a Beauvoir con una frase que me parecía expresaba la nuez del asunto: “la mujer no es inferior, ha devenido inferior al hombre históricamente y de la misma manera habrá de conseguir la igualdad” decía ella, palabras más, palabras menos. Además, señalaba -ya en 1949- un punto importantísimo: “el opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos” (oprimidas tendría que haber puesto).

Ustedes que son inteligentes, mis estimados lectores, no necesitan que relate lo que me tocó vivir luego de tales citas. De poco me sirvió insistir que no eran pensamientos míos sino de estupenda mujer, liberada para más señas. ¿Qué tanto habrá variado la situación desde entonces? No lo sé, pero creo que le queda poco tiempo a la lucha por la liberación femenina, un concepto que a las nuevas generaciones les debe sonar tan extraño como querer escuchar música de un tocadiscos.

La Corporación “Reto del Milenio” nos acaba de dar un estupendo ejemplo de lo que es un proceso de evaluación. Informaron que el país reprobó, por segundo año consecutivo la evaluación que ellos hacen en el indicador “corrupción”. Por su parte, el Gobierno se mostró sorprendido y Casa Presidencial afirmó que “…es importante considerar que este indicador mide percepción de la corrupción, dimensionando la conciencia que existe socialmente sobre este problema”.

Carambas, ni porque ya están de salida dejan en paz el estribillo de “la percepción” y, como niños chiquitos, echan la culpa a “…casos de corrupción ocurridos en administraciones pasadas”. El sentido último de una evaluación es impeler al evaluado a la consecución de los estándares establecidos de antemano en el sistema de evaluación. Reprobar trae consecuencias.

¿Y qué tienen que ver las mujeres con la corrupción? No sé, pero lo hice leer hasta el final preguntándose por esa relación.

Psicólogo