¿Ser “calle” o “tener clase”? La mejor lección del Maestro Canizález

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22 February 2019

El miércoles nos dejó nuestro querido e inolvidable Maestro, Carlos Rodolfo Canizález, formador de muchas generaciones en el Instituto Nacional General Francisco Menéndez (Inframen) de aquella dorada época.

Serio, pero muy suelto, de esa generación singular de normalistas de antes y siempre de traje, carterón y paraguas —como si fuera un estirado caballero inglés a lo Sir David Niven— el Maestro Canizález se tomaba un poco de tiempo para enseñarnos más que química y biología: nos enseñó a buscar siempre sabiduría y excelencia. “Jóvenes, no permitan que el Instituto solo se quede con la fama de su banda de guerra”, nos repetía, como un presagio, al igual que lo hacía otro gigante que se quedó en nuestros corazones: el profesor René Martínez Antonio.

De ambos Maestros —así con mayúscula, porque lo merecen— aprendimos que el hábito no hace al monje, como dice la sabiduría popular: de nosotros depende mejorar cada día y dar buen ejemplo a los demás o hundirnos mostrando lo peor de nuestro interior y bajas pasiones.

Pero eso no depende de los títulos que tengamos o de la posición que presumamos. Obviamente la educación es un factor clave para superarnos como personas y como profesionales. Sin embargo, es más determinante la sensibilidad y el humanitarismo, la sinceridad, el empeño, que nos pueden distinguir.

Hay personas que parecen “tener clase”, pero se muestran corrientes y vulgares, y en contraposición, personas que son de extracción modesta —no digo humilde, porque la humildad es una virtud, no una condición—, pero poseen más clase, elegancia y distinción que nadie.

Un rico puede ser humilde, y un pobre puede ser mezquino. No es un asunto de clases sino de conciencia, de autenticidad, de corazón.

Y el distinguirse no depende de tener dinero o comodidades, sino de mostrar lo mejor de nosotros, versus quienes exponen lo peor porque pueden más en ellos la bajeza y la incultura. Rico no es el que más tiene, sino el que menos necesita.

Nada hay oculto entre cielo y tierra, dice el Buen Libro. Y por más que escondamos nuestro verdadero yo, siempre hay algo que nos delata, sobre todo a la gente falsa, hipócrita y arribista, “como los sepulcros blanqueados por fuera, pero podridos por dentro”.

Como te ven, te tratan, decían nuestros abuelos. De nosotros depende que nos vean como personas honestas y decentes, o que nos vean como descuidados e indeseables, “changoneteros” u oportunistas.

Queremos iluminar a los demás, tratémoslos como nos gustaría que nos trataran a nosotros, aunque no recibamos ni siquiera agradecimientos a cambio. Nosotros cumplimos. Queremos que nos aíslen, seamos prepotentes y soberbios, lo cual a la postre se volverá contra nosotros mismos. No maltratemos ni subestimemos a nadie porque la vida nos lo cobrará tarde o temprano.

La esposa del César no solo debe serlo sino también parecerlo, se dice desde antiguo. No hagas cosas buenas que parezcan malas, ni hagas cosas malas que parezcan buenas.

Ante todo, debemos ser coherentes.

Este no es un artículo clasista, sino un mensaje que apela a nuestra esencia como seres humanos, noble y bondadosa por naturaleza.

Gracias por sus consejos, mi querido Maestro Canizález. Espero que algún día nos podamos encontrar con el Maestro Martínez Antonio y volver a disfrutar de sus clases, recordando cómo era el mundo en que nos tocó encontrarnos, cómo tratamos de cambiarlo y cómo la amistad y el afecto sinceros pueden sobrepasar a la muerte. Y por favor, preséntele mis respetos y mi devoción imperecedera al Maestro de Maestros...

Periodista