Emoción popular

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08 February 2019

El resultado de las elecciones ha sido una expresión patente del imperio de las emociones en la vida pública.

En teoría, todos los que nos acercamos a las urnas, y los que decidieron no votar, tendríamos que haber valorado la competencia profesional y la calidad de las propuestas de los contendientes, su capacidad, su liderazgo y su talante ético… pero el pasado domingo todo quedó eclipsado, como si lo único que en realidad importara no era quién y cómo iba a gobernar, sino quienes no queríamos que gobernaran.

Pienso que al juicio popular al que fueron sometidos todos los candidatos, le viene sobrando la verdad. El “devuelvan lo robado”, calcado sobre el “make America great again”, tuvo mucho peso en el resultado. Tanto como el castigo que los políticos que defienden privilegios y se olvidan de la gente, recibieron en las urnas.

Cuando comandan las emociones, no se ve al acusado como una persona individual, responsable de sus acciones, sino como parte de un grupo de corruptos. Y, ya se sabe, lo emocional prevalece a la hora de decidir, es práctico: ahorra a los votantes el penoso ejercicio que implica pensar.

Esto no es nuevo, ni mucho menos. A los más veteranos quizá nos ha recordado aquel “con Duarte, aunque no me harte” de los Años Setenta y Ochenta… al que sucedió el “patria sí, comunismo no” que en su oportunidad aglutinó tantos salvadoreños. Sea como haya sido, se alcanzó el objetivo: descalificar a priori contendientes, no por ser quienes eran, sino echando mano a un recurso injusto pero eficaz: la culpabilidad de grupo.

Para la justicia emocional es irrelevante el caso concreto. Lo que de verdad le importa es convertir una acusación general en una denuncia simbólica imputada a un conglomerado que tiene la responsabilidad de haber privado a otro grupo (al que pertenece el acusador), de algún derecho o bien colectivo.

Además, también el hartazgo de sobrevivir cada día sorteando delincuentes y pagando extorsiones tuvo mucho que ver en las votaciones. Así como la desesperación que nace al encontrar hospitales desabastecidos, escuelas públicas cayéndose a pedazos, salarios de hambre y ausencia de oportunidades de trabajo. Hartazgo y falta de esperanza, hicieron que los que votaron lo hicieran como lo hicieron, y que el ausentismo fuera protagonista.

Porque la emoción popular no necesariamente se limita al odio o la envidia. También incluye el despecho del que se siente traicionado, la apatía del que siente que el Estado lo ha abandonado a su suerte, el aburrimiento del “más de lo mismo” que lleva a “probar” con caras nuevas, o la superficialidad que induce a votar por alguien debido a su apariencia o, simplemente, porque está de moda.

La justicia emocional utiliza la acumulación de personas que sienten igual como prueba de verosimilitud. Aplica una presunción estándar de culpabilidad a la gente a la que se opone la masa gregaria, y una presunción estándar de inocencia a la que la multitud favorece.

Al final vimos cómo al voto de rechazo se sumó el voto emocional simple del que dijo candorosamente “démosle una oportunidad”… Un voto que da lo mismo si es de despecho o de mera superficialidad, de desesperanza o hartazgo, pues ninguno de ellos entró en el radar de los analistas ni de los políticos acartonados, y quizá por eso fueron tan pocos los que vieron venir los resultados.

El presidente electo no ganó solo por el voto de los jóvenes, ni solo con el de los resentidos, ni solo por su magistral manejo de las comunicaciones. Ganó porque han cambiado los modos de pensar y de sentir políticamente, y porque supo leer los signos de los tiempos… cosa que no hicieron bastantes columnistas y analistas que permanecieron ajenos al mundo sin filtros de pensamiento, ese de las comunicaciones sin intermediarios, en el que hoy vivimos.

Ingeniero

@carlosmayorare