Ética y políticos

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01 February 2019

Quien hace de la política su modo de vida, suele estar sometido a dos pasiones: el amor por el poder, y el amor por su patria. Si sus principios no son lo suficientemente sólidos, con frecuencia, quien ocupa un cargo público termina siendo dominado por el amor al dinero… y todo se viene abajo.

En estos días de campaña me parece interesante recordar que el mandatario se debe a la comunidad, a toda la sociedad. Quien resulte elegido habrá de dirigir los asuntos públicos y resolver los problemas de todos, administrar los recursos del Estado y trabajar junto con quienes, de acuerdo con su criterio, serán los hombres y mujeres más capaces.

Así, éticamente hablando, un buen político debería tener dos cualidades imprescindibles: capacidad para ocupar el cargo y principios morales sólidos. La ausencia de uno de ellos —y ya no se diga de ambos— desemboca en corrupción e ineficacia, como desgraciadamente hemos experimentado en el pasado reciente.

De la mentira se dice que tiene las patas cortas, es decir, que no suele llegar muy lejos. Lamentablemente, de la incapacidad para gobernar y de la inmoralidad notoria no se puede decir lo mismo… pues no se sabe por qué mecanismo psicológico, las personas votan una y otra vez por incapaces (a la vista están). Del mismo modo en que, cuando ponderan a quien dar su confianza por medio del voto, muchos hacen caso omiso de la trayectoria ética de los pretendientes y depositan la administración de la cosa pública una y otra vez en personajes de dudosa moralidad.

Ninguna empresa seria contrata a ciegas a sus trabajadores. Y si, además, van a ocupar cargos en los que se manejan recursos económicos, los filtros se afinan todavía más. Sin embargo, a los ciudadanos en general y a los que votan en particular —ponderando los resultados de las elecciones presidenciales previas— parece tenerles sin cuidado las cualidades personales de los candidatos, como si se inclinaran a votar sin más por la imagen que de los mismos proyectó en su momento la propaganda. Y así nos ha ido.

Por lo anterior, considerando que estamos a las puertas de unas elecciones presidenciales, y meramente como un ejercicio intelectual, me propuse hacer un esbozo ético de cuatro cualidades mínimas que los ciudadanos deberían ponderar en los postulantes.

La primera cualidad exigible a los que pretendan la presidencia debería ser contar con conocimientos básicos de aquello de lo que se trata: si para realizar un trabajo de carpintería, o una cirugía se debe poseer un conocimiento previo y unas habilidades concretas, quien ocupe la presidencia precisa, al menos, el conocimiento de lo que se espera de él para ser capaz de ponderar la tremenda responsabilidad que se adquiere con la banda presidencial. De modo que alguien que ha sido patentemente irresponsable con sus compromisos a lo largo de su vida no debería ser tomado en cuenta para ocupar la presidencia.

La segunda condición es que debe contar con capacidad administrativa, tanto para manejar recursos como para liderar personas. La tercera, la lealtad: quien traiciona sus principios es muy probable que traicione a la comunidad, pues de quien no ha podido mantener su palabra no se puede esperar que respete las leyes ni el sistema de equilibrio de poderes en que se fundamenta la salud del Estado.

La cuarta —y una de las más importantes— es que debe contar con un patente sentido de la justicia y con fortaleza moral suficiente, imprescindibles para hacer frente a los cantos de sirena de la vanidad, adulación, mentira, ambición, así como los deseos de poder, placer y tener.

Podrían apuntarse otras condiciones más. Sin embargo, me parece una buena lista para cotejar si el candidato de la preferencia de cada uno, entra en la calidad de persona elegible para presidir el Poder Ejecutivo.

Ingeniero

@carlosmayorare