Cuando los telepresidentes desinforman

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24 January 2019

El hombre está decidido a luchar por salvar a la mujer que ha sufrido decepciones en su vida. Hay amor directo, un pacto melodramático y uno feliz. Esta narrativa, fundamentada en la trama de una telenovela, es la que desde la perspectiva del comunicador colombiano Omar Rincón guía las campañas proselitistas de lo que llama Los telepresidentes, cerca del pueblo, lejos de la democracia.

El rumbo novelesco lo brinda el hombre noble, heroico, quien ama al pueblo (la mujer a la que siempre le han hecho promesas que no han sido cumplidas) y que, por tanto, requiere de atenciones especiales; esas palabras —promesas— la convencen a entregar todo su amor y su libertad.

La intensidad del melodrama aumenta cuando usa palabras no necesariamente tomadas de un pensador. Es un lenguaje elaborado para convertirse en una especie de objeto de deseo, que usa frases dichas para calar en la mente de los electores, aunque no tengan base real ni sinceridad; lo que lleva al pacto feliz: el “tipo” de la novela triunfa sobre sus rivales, y el amor será eterno, lleno de alegrías, porque vende la idea de que hoy “no te defraudaré, como te lo hicieron en el pasado” (Cuando elegiste al hombre/candidato equivocado).

De esta manera se llega a la democracia emocional. Como candidatos, unos más que otros, y con la banda presidencial puesta, los mandatarios actúan como presentadores televisivos, que entretienen a los televidentes, pero no comunican a los ciudadanos.

Esas emociones incluyen la convicción de que un ser divino le invistió para que la patria sea salvada de los villanos y refundar la nación. Hay un héroe, por tanto, un enemigo —no adversario— o muchos (todo aquél que se oponga). Para eso dosifica sus emociones. Es confrontativo con aquellos, pero paternal, conciliador, con otros. Hablan al pueblo, a veces en forma campechana, sus acciones son convertidas en símbolos, predomina su presencia en la televisión, al estilo “talk shows” o en redes sociales. No le gustan los medios impresos. Es un héroe moral que salva al pueblo ofendido. Ocurrió en su momento en Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Colombia, Venezuela, Brasil, Bolivia, Ecuador y Uruguay.

No es un guion con tintes ideológicos. Es una forma de seducir al elector que ha llevado a prácticas de desinformación deliberada, un fenómeno que se estableció en El Salvador desde las presidenciales de 2014.

El entramado de telenovela tiene muchas cajas de resonancia, principalmente porque el entretenimiento, el morbo, las imprecisiones, la proliferación de sitios —no medios— principalmente digitales con clara tendencia partidista, la falta de fuentes, de contrastes, la viralización de memes y citas fuera de contexto son una estridente orquesta de desinformación ante un pequeño silbato de los esfuerzos serios por brindar elementos de análisis, para que la audiencia haga sus propias valoraciones, con datos reales, citas exactas, contraste de fuentes y balance.

Aquella orquesta inunda de intolerancia las redes sociales y todos los espacios disponibles, ataca a los que no piensan igual, fomenta la división, el odio, infunde resentimientos, hace apología de la violencia, a veces con la anuencia del héroe, quien se niega a asumir el papel de un verdadero líder y es un telepresidente cerca del pueblo, lejos de la democracia.

Periodista