La corrupción mata

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20 January 2019

El primer episodio del año en Radio Ambulante, el podcast de NPR dedicado a contar reportajes periodísticos de Latinoamérica, se trató sobre la tragedia de la discoteca “República Cromañón” en Argentina. En 2004, la discoteca se quemó enterita en un accidente prevenible durante un concierto de rock, dejando 194 muertos y miles de heridos. Aún con los años de por medio entre la tragedia y ahora, el relato es uno que invita a la reflexión porque paso a paso y más allá de la tragedia específica, es un relato con fallos identificables que siguen vigentes en muchos de nuestros países latinoamericanos.

Según el reportaje, la cantidad de gente dentro de la discoteca sobrepasaba por mucho las capacidades físicas. Es como si a punta de mala costumbre vamos volviendo los hacinamientos (voluntarios en tantos casos, en estadios o tiendas cuando hay rebajas) tan comunes, ordinarios, e irrelevantes, que se nos hace fácil digerirlos y actuar con indiferencia ante los hacinamientos forzados en tantos centros penales. Esa noche (y muchas otras) en Cromañón, las leyes que obligan a limitar el número de personas para habilitar espacios comercialmente, simplemente quedaron de adorno.

Aparte de haber llenado el espacio más allá de su capacidad, muchas puertas de emergencia estaban cerradas con cadenas y candados inexplicablemente. Eso causó que al momento de desatarse la oscuridad total al perder electricidad en medio del incendio, un alud de personas se dirigió a los rótulos iluminados con las letras de “salida”, resultando en un altísimo número de fallecimientos bajo la estampida humana que creyó que las cosas estarían funcionando como deberían y habría efectivamente una salida. No es que no hubiera leyes: es que fueron ignoradas.

El incendio en sí mismo, si bien un accidente sin dolo alguno, pudo haberse prevenido también. Había reglamentos que impiden la pirotecnia en espacios cerrados. En muchos de nuestros países la pirotecnia en sí está regulada con rigidez. Falló la cultura: era parte de la cultura del rock en el momento iluminar candelas romanas durante los conciertos, fueran dentro o fuera. Una de las chispas encendió el techo, que estaba cubierto con materiales además de inflamables, sumamente tóxicos. Según los doctores, la asfixia derivada del humo tóxico mató más gente que las estampidas o las llamas. Muchos sobrevivientes se quitaron la vida años después de la tragedia: por secuelas de traumas psicológicos y síndromes de culpa del sobreviviente, ambas consecuencias comunes después de tragedias masivas.

Sí, todas las anteriores son circunstancias quizás muy propias del país, la cultura, y sin duda, de ese momento. Podría argumentarse que es del tipo de situaciones trágicas que difícilmente se repiten. Y sin embargo, tantos de los elementos que tuvieron que cumplirse para que se diera la tragedia, se cumplen todos los días en los países en desarrollo, incluyendo a El Salvador. Los sobornos y las mordidas le permiten a muchos comerciantes deshonestos incumplir reglamentos de seguridad. La corrupción dentro de las instituciones invita a que inspectores, policías, agentes metropolitanos y demás elementos a cargo de hacer cumplir el estado de derecho se hagan del ojo pacho. La cultura del vivianismo, donde gana el más vivo, invita a que mares de individuos vean el quebrantamiento de la ley como parte ordinaria de la vida en sociedad, y eso, en entornos donde los riesgos son intrínsecos, como el tráfico, o actividades multitudinarias, deja muertos. Hay que decirlo claramente, la corrupción mata: instituciones, culturas, y por supuesto, personas.

Lic. en Derecho de ESEN, con

maestría en Políticas Públicas

de Georgetown University.

@crislopezg