¿Un voto de autocastigo?

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14 January 2019

Es común escuchar en procesos electorales, aquí y en el mundo civilizado en que se permiten elecciones libres, la expresión “un voto de castigo” para explicar el resultado electoral producido por los votantes, quienes en uso de un acto de “revancha”, niegan su voto al candidato del partido objeto de su reproche, quedándose en casa, absteniéndose, anulando su voto, y hay quienes van más allá, y votan por la opción que no representa su ideología, principios, ni siquiera simpatía; pero encuentran en esta la opción ideal para el desquite.

La evidencia demuestra, por lo general, que el voto de castigo, por ser un voto poco o nada reflexivo, dotado de alta carga emocional, conduce casi sin excepción a una nueva decepción. Y es que usualmente el voto de castigo no mira las ventajas, ni menos las desventajas de la opción seleccionada para castigar. Detrás de esto suelen estar hábiles incitadores que explotan emocionalmente a sus oyentes cautivos, con frases como la tomada de una obra del poeta Roque Dalton: Es “El turno del ofendido”.

No vamos a negar que nuestra “casta política” se ha ganado con creces el rechazo de la gran mayoría de la población. Han sido expertos en convertir el interés general en su beneficio particular. Han exhibido derroches, despilfarro y recientemente ha quedado evidenciado, cómo dos expresidentes, alegremente nos saquearon. Esto sin duda es insultante, cuando las mayorías hacen sobre esfuerzos por apenas poder sobrevivir, en toda la extensión que la palabra permite. La indignación es, pues, una consecuencia natural. Pero aún ésta reacción lógica no puede separarse de manera simplista, de al menos una mínima reflexión: Una cosa es pretender un voto de castigo, y otra distinta es la vocación de autoflagelación.

¿Qué hay detrás, entonces, de un voto de autocastigo? La figura del típico populista. El populismo, que a pesar de ser una creciente tendencia política, carece de definición precisa, no obedece a una ideología, por eso no es exclusivo de izquierdas ni de derechas, por tal razón pueden decirse de izquierda, aunque utilicen como taxi un partido de derecha. La ideología poco o nada importa.

Hablamos de un movimiento a cargo de un líder egocéntrico, astuto, individualista, con pocos escrúpulos, rodeado por un séquito de aduladores y oportunistas. Sus propuestas son grandiosas y, cómo no, si se trata de un “gran redentor”. Lo característico de este tipo de líder, como sostiene la politóloga argentina María esperanza Casullo, es el fuerte carácter emocional que suele explotar en su mensaje, basado en eslóganes, llegando a generar una relación hasta afectiva entre este y sus seguidores.

Esa relación emocional les hace llegar a creer que su líder está investido de características especiales que prácticamente trascienden al común de las personas; por eso no extraña que el líder rehúya y no tolere la crítica, la confrontación, la exposición directa de sus ideas y, por supuesto, debatirlas. Poco importa si sus propuestas son realistas; basta con ser cautivadoras, innovadoras y monumentales, porque aunque sean pura fantasía, ¿quién no quiere en medio de la dura y cotidiana realidad, una alta dosis de ilusión?

Este tipo de líder dice llevar adelante la “misión” de redimir la desgracia de un pueblo al que le robaron “los mismos de siempre” su glorioso destino. Apela al sentimiento de revancha de grandes masas frustradas, quienes con mensajes básicos pero sutiles, se dejan seducir por la emoción, por la urgencia de un cambio, prescindiendo así de la necesidad de pensar. Con razón, el escritor español Fernando Savater, escribió: “El populismo es la democracia de los ignorantes”.

El populista identifica los problemas nacionales, sin tener en realidad cómo solucionarlos. Él busca a toda costa el poder basado en la ilusión y la revancha. Y una vez le han votado, tras ser electo, destruye la crítica, divide a la sociedad en “nosotros y los otros”, debilita instituciones, e inevitablemente desbarata libertades y concentra el poder, con lo cual, caen sus seguidores, utilizados, en una nueva desilusión: La medicina resulta peor que la odiosa enfermedad.

Las elecciones se acercan y las propuestas más o menos claras de los cuatro competidores ya están sobre la mesa. Puedes optar por el beneficio de la duda, con alguien sin pasado; por creer en las intenciones de dos candidatos, en superar los errores del pasado de sus respectivos partidos; por darles un voto de castigo, o por la opción final del autocastigo. ¿Qué decides?

Abogado y Notario