Para el desarrollo, orden

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13 January 2019

Estoy segura de que leer esta columna le causará un par de flash-backs a mi mamá a los tiempos en los que mi cuarto parecía epicentro de desastre natural, con mis posesiones desperdigadas como escombros tras una explosión. Pero tengo que decir, tras años de oír en repetición aquello de “no entiendo cómo no les molesta vivir así”, de búsquedas infructuosas de objetos perdidos acompañados del epitáfico “si voy y lo encuentro yo, te doy con él”, y de arrestos domiciliarios causados por el “no salís de aquí a menos que arreglés esta leonera”, algo se me ha de haber pegado. O quizás con los 30 y la adquisición del espacio propio, empieza a tener más sentido la idea de que las cosas tengan su lugar. O quizás, con el estrés ordinario que produce simplemente vivir en el mundo, la practicidad del orden comienza a mostrar sus efectos tranquilizantes. Ahora, el saber que dentro de la infinidad de calamidades del mundo que se salen de mi control, el orden y limpieza de mi espacio es de los elementos que sí puedo controlar, es de las cosas que mayor satisfacción me dan.

Y en esto, no estoy sola. Netflix recién lanzó una serie literalmente dedicada a ordenar en la que una experta japonesa, Marie Kondo, enseña su “método” a personas cuyos entornos podrían beneficiarse de una limpiadita. Kondo ha hecho de organizar, ordenar y limpiar desórdenes domésticos ajenos toda una profesión lucrativa. A quienes crecieron con mamás como la mía, el método de Kondo suena como sentido común tecnificado pues lo que los mercadólogos venden en el programa como invertir en una innovación práctica, a muchos de nosotros nos lo trataron de inyectar simplemente como virtud humana.

Aunque me parece que Kondo va demasiado lejos: me perdió con su recomendación de deshacerse de libros con el fin de hacer espacio para generar satisfacción personal, como si los libros no fueran satisfacción personal en sí mismos. También su rigidez y perfeccionismo pone en riesgo la autenticidad e imperfecciones propias de los espacios que ocupamos como seres humanos. Como sea, el hecho de que lo que Kondo ejemplifica sea en países como el nuestro virtud que hay que luchar por alcanzar, y que en otros más desarrollados sea simplemente cultura, deja mucho que pensar.

No, lo anterior no implica que la correlación (medible y existente) entre orden y desarrollo sea una de causalidad. No es que los países sean más ricos por ser limpios y ordenados. Se piensa más bien que la correlación viene de que en países donde las necesidades básicas están cubiertas, hay más incentivos de invertir tiempo en organizar y ordenar el entorno. En países en vías de desarrollo, los sistemas de limpieza y recolección de desecho público sufren de la poca eficiencia del sector gubernamental que aqueja a todas las otras áreas de la administración pública, por lo que a nadie que vive al lado de un basurero que la municipalidad hace poco por remediar, tendrá incentivo alguno para aplicar ni el sentido común de tantas mamás, ni los métodos que han hecho millonaria a Marie Kondo. Claro, en los países desarrollados, la seguridad personal está garantizada —a nadie se le ocurre ponerse a pensar en la manera más eficiente de doblar camisas cuando el crimen y la delincuencia tienen tanto control sobre la actividad humana.

Sin embargo, también es cierto que en las sociedades donde se cumplen las leyes mínimas de aseo, orden y respeto al espacio compartido, hay más cumplimiento a las leyes en general y, por lo tanto, estados de Derecho más robustos. Si quienes pueden dedicaran más tiempo a dignificar sus espacios personales y los compartidos con un mínimo de orden y limpieza (recogiendo la basura sin importar quien la tiró o pintando exteriores en deterioro), sin esperar a que lo haga la administración pública por ellos, quizás proveerían a sus comunidades con la satisfacción que Marie Kondo garantiza que deviene del orden.

Lic. en Derecho de ESEN, con maestría en

Políticas Públicas de Georgetown University.

@crislopezg