La leyenda de los Andes

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05 January 2019

El vasto dominio de los Incas tardó siglos en formarse, pero su consolidación como imperio, ocurrió escasas décadas antes del arribo de los españoles. El emperador que finalizó dicha consolidación fue Huayna Capac, pero murió durante su pujante reinado al haber contraído viruela.

A raíz de la muerte del poderoso gobernante, estalló una guerra civil entre sus hijos: Huáscar y Atahualpa. La guerra entre los hermanos fue debilitante y cruel. La terminó ganando Atahualpa, gracias a su genio militar.

Pero a veces, al Hado del Destino le gusta jugar de forma irónica con la historia de los hombres: el mismo día en que Atahualpa derrotó a su hermano y se consolidó como el Inca gobernante de todo el Tahuantinsuyo, le llegaron noticias sobre el arribo a sus tierras de Francisco Pizarro y su ejército, conformado por un puñado de bravos y decididos guerreros.

Para el poderoso Inca, el ejército de Francisco Pizarro no pasaba de ser una curiosidad de circo. ¿Qué eran unos cientos de hombres pálidos y barbudos, que cabalgaban grandes bestias desconocidas, contra las victoriosas huestes militares del Inca? En su miopía y soberbia, los dejó adentrarse al territorio.

En vez de impedir su avance y aniquilar el ejército español en alguno de los cientos de desfiladeros y angostos pasos que llevan al Cuzco, les permitió reposar y alimentarse utilizando los mismos recursos del Estado.

Mediante emisarios, los españoles lograron que el poderoso Atahualpa se reuniera con Pizarro en un poblado llamado Cajamarca. Previendo la ocasión, el astuto español llegó una noche antes al lugar de la reunión, dividiendo su pequeño ejército en cuatro partes, cada una de ellas escondida en cada una de las esquinas de la plaza.

Los generales de Atahualpa interpretaron erróneamente el acuartelamiento de los españoles como una señal de temor. Estando ya el Inca en la plaza, el único que salió a recibirlo fue un dominico de apellido Valverde, quien auxiliándose de un intérprete, le solicitó al Inca que abrazara la fe católica y sirviera al Rey de España, entregándole una copia del Evangelio.

Nunca sabremos si Atahualpa tuvo oportunidad de responder, ya que acto seguido, Pizarro ordenó a su ejército atacar. Un sonido reservado únicamente a los dioses del Tahuantinsuyo resonó en la plaza: truenos, trompetas, estampidos de arcabuces y falconetes, acompañados de coces, cascabeles y relinchos de una enfurecida y desconocida bestia: el caballo.

Los soldados del inca tiraron sus armas tratando de escapar. Unos morían de las balas y espadas, otros simplemente fueron aplastados por la avalancha humana generada por la sorpresa y el terror. En medio de la confusión, Juan Pizarro, hermano de Francisco, se abalanzó espada en mano sobre los generales del estado mayor de Atahualpa, quienes antes de saber reaccionar, cayeron muertos por su filo.

Pizarro, el atrevido y valiente español, conquistó en una sola batalla el Perú. Al ponerse el sol, en aquel aciago 16 de noviembre de 1532, había terminado para siempre el Imperio Inca del Tahuantinsuyo. La aplastante derrota del todopoderoso Inca es similar a la que experimentan muchos hombres embriagados con su propio poder, que cierran su razón ante los consejos de sus asesores, mientras subestiman la tecnología utilizada por sus adversarios, aderezado todo con la fatídica idea de que “puedo cambiar el estado de las cosas al momento que yo quiera”.

Prisionero el Inca, llenó a sus captores un cuarto de plata y oro, pero nunca logró recuperar su libertad. Fue “juzgado” y condenado a la hoguera, pena que fue conmutada por el garrote, ya que Atahualpa aceptó convertirse al cristianismo.

Atahualpa fue enterrado, pero sus súbditos robaron su cadáver para momificarlo y resguardarlo en algún lugar desconocido en los Andes, desde donde aún vigila sus antiguos dominios. Los indígenas locales todavía esperan su regreso, para que retome su cetro imperial y eche de una vez por todas, a esos barbudos extranjeros al mar. Esa es la leyenda de los Andes.

Abogado, máster en leyes.

@MaxMojica