¿De quién es el tiempo?

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30 December 2018

Este día finalizamos el año y muchos realizaremos que ¡el tiempo vuela y se va como agua! Cuando escucho recurrentemente esa expresión, siempre me pregunto ¿de quién es el tiempo?

Cuando nos referimos al tiempo, siempre hablamos de “ganarlo”, “perderlo” o “aprovecharlo”, como si nosotros tuviésemos control sobre él; pero todas ellas son expresiones soberbias, ya que la realidad es que no nos pertenece y por ello no se puede atesorar, ni guardar para luego, únicamente se trata de vivirlo y punto.

Lo que sucede hoy, nunca tendrá una forma de ser reemplazado más tarde, por lo que vivir a plenitud cada cosa que nos pasa, es lo mejor que podemos hacer; y es que el tiempo avanza de forma inexorable y no hay nada que podamos hacer para modificar su curso. Por más que queramos, no lo podemos acelerar ni, lamentablemente, lo podemos detener.

En nuestra arrogancia intelectual, hemos tratado de “definir” el tiempo, vulgarizándolo utilitariamente para ocuparlo como una herramienta, para medir la magnitud de carácter físico que cualifica lo que dura algo que es susceptible a un cambio; pero esa pedante definición se queda corta cuando dos amantes se dan un beso. ¿Cuánto dura un beso? ¿Unos pocos segundos o es eterno?

A veces pretendemos auto-engañar nos y así creernos dueños del tiempo. Decimos “quisiera pasar por mi casa y abrazar a mis hijos, pero no tengo tiempo”. “Ahora es el cumpleaños de mi mamá, pero no tengo tiempo de pasar a saludarla”. Pero el tiempo no es nuestro, el tiempo realmente pertenece a esa persona que nos ama —padres, hijos, pareja, amigos— y es a quienes, precisamente, se los quitamos. En ese sentido, podríamos decir que el tiempo ha sido “privatizado”, privatizado por quienes son los dueños y acreedores de nuestro tiempo: las personas que nos aman.

Cuando no les damos tiempo —y tiempo de calidad—a las personas más importantes en nuestras vidas, nos volvemos ladrones del tiempo. Convertirnos en un ladrón-del-tiempo es un acto de supremo egoísmo el cual, lamentablemente, nunca tendrá una forma de ser compensado adecuadamente por el infractor. Muchas veces, demasiadas quizás, la pena que se le impone a los ladrones-del-tiempo, es llorar inconsolablemente sobre las criptas de los cementerios.

Cuando analizamos el pasado, nos damos cuenta que este, como tal, no existe. Nadie puede regresar, si quiera, un minuto ya transcurrido. Se ha gastado, ido, esfumado. Ni el más poderoso de los hombres sobre la tierra, tiene control sobre el ayer.

El pasado es una paradoja, porque nunca sabremos que hubiera sucedido si en vez de escoger “A”, hubiésemos escogido “B”. Esa pregunta, tortura por las noches a miles de personas o brinda consuelo a miles más, dependiendo las consecuencias que haya traído a nuestra vida, la decisión que tomamos.

Nunca podremos controlar el ayer, para que se ajuste a nuestras necesidades del hoy. Muy por el contrario, lo que decidimos ayer, es lo que, precisamente, forja nuestro hoy, nos define y nos obliga a vivir una determinada realidad.

Pero, por otro lado, poder olvidar el ayer, es el más grande regalo de Dios. El olvido del tiempo pasado, es un ungüento que sana las heridas y nos permite tener un hoy en libertad y esperar un futuro con esperanza. Por el contrario, no olvidar es la más dura de las condenas.

Nadie escapa al tiempo, ni los ángeles, ni los demonios, ni los humanos. El tiempo no es nuestro y por ello, lo único que podemos hacer con él, este 2019, es aprovecharlo.

Vive, exprime, despedaza el tiempo que te ha sido dado, ya que, para bien o para mal, es lo único que puedes hacer con él.

Abogado, máster en Leyes

@MaxMojica