Viendo el mundo desde la ventanilla de un tren

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28 December 2018

"¡Prepárense que vamos a partir… Este es el tren de la muerte que cruza por la vida…!”.

Esta frase del inolvidable Facundo Cabral, con la que iniciaba sus conciertos, se me viene a la mente cuando hago un repaso de 2018 y estamos a horas de arrancar 2019.

Viviendo en El Salvador está bien la frase de que “este es el tren de la muerte que cruza por la vida…”. Sin embargo, yo diría que “este es el tren de la vida que cruza por la muerte”. Depende del itinerario que elijamos. En octubre de 1986 me tocó ver caerse la ciudad desde la ventanilla de un autobús y escribirlo como mi primera crónica en El Diario de Hoy.

Siempre me estremece en la misa de fin de año cuando leen el versículo de la Primera Carta de Juan, “Hijitos, esta es la última hora…”. El autor al parecer pensaba que ya se acercaba el fin del mundo y que incluso había llegado el anticristo. Sin embargo, lo que tenemos son las últimas horas de 2018, un año con sus tristezas y alegrías, aprietos y soluciones, con sus retos, algunos superados y otros no.

Persistieron la violencia criminal, la mezquindad y la indiferencia al dolor de los demás, las migraciones internas y externas, la falta de oportunidades, la demagogia y la charlatanería populista, los pecados sociales...

“Nadie es más fuerte como en las pruebas”, escribió alguien. Con tantas que hemos tenido prácticamente nos hemos graduado y aprendido a ponerle buena cara al mal tiempo, a sonreír aunque nos estén aguijoneando o apretando, a avanzar aunque nos quieran amarrar de los talones.

Llega un momento en que la vida quiere que seamos simplemente espectadores, pues ya nada puede sorprendernos ni avasallarnos y, menos, engañarnos. Somos más fuertes e imbatibles que antes; hemos acumulado más experiencia y lecciones de vida; hemos crecido en espíritu y en gracia —algunos en grasa—; hemos ganado grandes batallas.

Muchos pensarán que no han logrado nada, pero cada avance, por pequeño que sea, es un movimiento más hacia algo mejor, que llegará cuando menos esperemos, como los regalos que más nos impresionan y emocionan.

Somos espectadores en ese tren de la vida, que es como el que tomamos de Roma a Múnich, o de Los Ángeles a Virginia (de punta a punta), de San Miguel a San Salvador como vinieron nuestros abuelos: vamos viendo paisajes, personas, interactuamos ocasionalmente, leemos, dormimos, nos desconectamos, dejamos que viajando se fortalezca el corazón, como dice Litto Nebbia.

El nuevo año será crucial, porque habrá elecciones y de lo que hagamos dependerá nuestro futuro. Un pasaje del libro del Deuteronomio dice: “He aquí yo pongo hoy delante de vosotros la bendición y la maldición...”, y otro advierte: “Mira, Yo he puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal”. De nosotros depende elegir.

El problema es que, pese a que hemos superado grandes pruebas como guerras, terremotos y crisis políticas y económicas, como sociedad seguimos comportándonos como inmaduros y despreocupados, como si los problemas son de otros y nunca nos llegarán a afectar. Caro nos ha costado tomar decisiones por emoción o por no pensar con seriedad en el futuro o por dejarnos seducir por estafadores y mercaderes de ilusiones populistas. Ahora no podemos darnos el lujo de “probar”. No podemos actuar como inexpertos ni quedarnos en casa, asumiendo que otros van a resolver mi problema.

Estamos a las puertas de 2019 y, como decía Cabral, “vamos a despertar la canción del presente para no perder el tren de la eternidad... Este es el viaje más terrible, el más maravilloso, el más delicioso, el más absurdo, el más alucinante...”.

Periodista