No hay vivianes en Dinamarca

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16 December 2018

Estas tropicales tierras padecen de una sobrepoblación de vivianes. Están en todos lados, son endémicos en política —eso ya lo sabíamos— pero también meten su cola en las iglesias, en el tráfico, en los negocios y en sus relaciones de amistad. Andan por ahí tratándole de “sacar raja”, a todo; buscando beneficios ilegales o a los que no tienen derecho; viendo siempre como rascan ese dólar extra. Estamos tan habituados a ellos, que son parte del paisaje.

Es por ello, que da gusto darnos cuenta que otros países han evolucionado tanto, que los han logrado erradicar. Este es el ejemplo de Dinamarca. En 2013, en un partido de fútbol contra Irán, un jugador iraní, Jamal Kameli, confundió el pitido de un aficionado, con el del árbitro del encuentro. Según el jugador, este estaba marcado el final del primer tiempo, así que, en un impulso, tomó el balón con sus manos… solo que lo hizo estando en el área chica.

El árbitro, atendiendo a las reglas del juego, pitó un penal a favor del equipo danés. Después de consultar con su director técnico, Morten Olsen, el capitán del equipo de Dinamarca, Morten Weighorst, hizo algo impensable, algo que va en contra de la idiosincrasia del vivián: al cobrar el penal, decidió tirar el balón fuera de la cancha. Para la ética cultura de los dinamarqueses, marcar ese gol hubiese equivalido a obtener una ventaja ilegítima dentro del partido.

¿Cuando hacemos lo correcto nos va bien? Pues no se trata de si nos va bien o no, lo que se trata es de hacer simplemente lo correcto. Dinamarca terminó perdiendo el partido frente a Irán, 1 a 0. La anotación de ese penalti los hubiera librado de la derrota, hubieran empatado el partido, pero hubieran perdido algo más valioso: su ética. Eventualmente, el Comité Olímpico Internacional le concedió al Director Técnico y al capitán del equipo, el premio “Fair Play” por la ética demostrada en el campo de juego.

¿Es mucho pedir que en El Salvador repliquemos en ejemplo de Dinamarca? Pues creo que no. Ninguna meta es imposible cuando el ser humano se la propone, pero lo cierto es que esos cambios no se experimentan de la noche a la mañana, se derivan de un lento proceso y este empieza así:

“La escalera se barre de arriba para abajo”. Ello implica que a quienes les debemos exigir un nivel ético superior es a nuestros líderes. A los líderes en todo sentido, empezando por los religiosos. Si queremos que el pueblo cambie, necesitamos ejemplos de “sí se puede ser diferente”. Si vemos a una persona que debería ser un referente moral —como un obispo, sacerdote, pastor o guía espiritual— comportándose como un sinvergüenza y un vivián, ese mal ejemplo permea en toda la sociedad, la desmoraliza y hace que pierda su brújula ética.

De igual forma, el ejemplo debe venir del presidente, ministros, diputados, magistrados, líderes políticos y empresariales. Si el pueblo percibe que la corrupción y evasión de impuestos son una forma de vida “aceptable” y “común”, ¿por qué no ser corrupto yo? Provocando que mientras “ellos” son corruptos en las “grandes cosas”, el pueblo decida ser corrupto en las pequeñas. Al fin de cuentas, todos acaban contribuyendo al descalabro moral de la nación. Si queremos hacer un cambio, lo que están en puestos de dirección deben de predicar con el ejemplo.

Junto a lo anterior, es indispensable la educación: educarnos en moral y cívica, en la cultura de la ética del cumplimiento y la puntualidad, todo lo cual es básico para transformar nuestro país.

Ejemplos de ética, honestidad, civismo y educación es lo que necesita nuestro país, para que algún día, quizás nos lleguemos a parecer al capitán del equipo de Dinamarca.

Abogado, máster en Leyes

@MaxMojica