Carta de viaje (2): Ante tanta belleza, ¿cómo no seguir trabajando para componer este país?

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Por Paolo Luers

08 November 2017

De regreso en Morazán.

Aquí culmina el viaje con mis amigos que querían conocer el país que me acogió. Mi segunda patria. Visitamos La Guacamaya, donde nació la guerrilla campesina de Morazán. Unos dicen que fue la “guerrilla Lenca”, y que por esto fue tan distinta…

Caminé nuevamente las veredas escondidas que llevan a la “Cueva de las Pasiones”, donde nació Radio Venceremos. Un punto ciego donde de ninguna dirección podían caer los bombazos, ni de morteros, ni de los aviones A-37 “push and pull”. Nos acompañó Sebastián, “El Torogoz de Morazán”, quien durante la guerra anduvo por estos charrales, siempre con su guitarra y su M16.

Con él caminamos a El Mozote. Fuera del caserío, en la calle por la cual uno entra desde La Guacamaya, a saber quién ha construido un monumento gigantesco con estatuas de Juan Pablo II, Madre Teresa, Martin Luther King y Ghandi. Contrasta mucho con el monumento sencillo que los sobrevivientes erigieron frente a la iglesia, en la cual fueron ejecutados y soterrados los niños de El Mozote. Contamos a mis amigos la historia de la masacre, de los cadáveres y la destrucción que encontramos cuando regresamos a este caserío, cuando luego del operativo del batallón Atlacatl regresamos a este lugar, en navidad de 1981. Quería que mis amigos entendieran lo que pasó aquí, y lo que esto hizo conmigo…

Pero también quería que vieran las bellezas de esta tierra de Morazán, los que, igual que los horrores de El Mozote, me impactaron y hicieron que me quedara en esta guerra. Por esto, luego de presenciar la muerte en El Mozote, fuimos al río Sapo, nos bañamos en estas pozas de aguas frescas y limpias, así como hicimos durante la guerra: felices, enamorados de la vida.

Y por esto, al regresar a Perquín, llevamos a mis amigos a ver la escuela “Amún Shéa” (término en Lenca que significa “Tierra de Semillas”). El fundador, Ronald Brenneman, es un gringo que vino a El Salvador para ayudar a la repatriación de los refugiados de Morazán – y se quedó para siempre. Construyó el Hotel “Perkín Lenka” – y con sus ganancias una escuela experimental. Ronald nos explica: “Aquí se invirtieron cientos de millones en la reconstrucción, pero reconstruimos la misma sociedad, con las mismas estructuras. No puede ser. Por esto decidí que hay que invertir desde abajo, invertir en los niños, para cambiar mentalidades y actitudes.”

Esta escuela es una maravilla. Es el experimento más importante en reforma educativa que existe en el país. Y esto en una zona pobre, en el caserío La Tejera de Perquín. 25 años después de la guerra, veo en esta “escuela de experiencia aplicada” crecer niños libres, reflexivos, tolerantes, pero al mismo tiempo prácticos, preparándose a transformar con su trabajo su ambiente social.

Luego el encuentro con el padre Rogelio Poncele, el cura que nos acompañó toda la guerra, y luego se convirtió en el arquitecto de la reconciliación en esta tierra tan golpeada por la división.

Terminamos el recorrido subiendo al cerro Gigante, cuyos cafetales y bosques de pino me albergaron y protegieron durante dos años de vida guerrillera. La vista del panteón de Pueblo Viejo es una de las más impactantes que conozco en El Salvador: el Cacahuatique, el cerro Tigre y el volcán de Usulután, la represa 5 de noviembre.

Y al final del día, como despedida, el cielo nos pintó un arcoiris sobre el cerro Pericón. Ante tanta belleza, de gente y de país, ¿cómo no seguir trabajando para componerlo?

 

Desde las montañas de Morazán,

saludos de Paolo Luers