Carta al viceministro de Transporte Nelson García

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30 junio 2014

Usualmente no hago esto, pero esta vez voy a publicar una carta de un ciudadano que me solicitó publicar en este espacio. Me lo pide, no porque quiera quedar anónimo (se llama Kenni Bolaños y trabaja en Radio Cadena Mi Gente), sino me lo explica así: "Te suplico que dediques una carta con este contenido al reelecto viceministro de Transporte, quien te juro que jamás se ha subido a un bus ni le importa en lo más mínimo la pesadilla que sufre el pueblo a bordo de los miserables buses. Se dice de izquierda, pero demuestra no tener la mínima conciencia social. Tal vez a vos te escuchen..."

Nada más triste en el mundo que viajar en los buses y microbuses salvadoreños.

Cuántas veces los aguantalotodo nos hemos quejado sin que exista un gobierno que nos escuche. Cuantas veces hemos sido víctimas del vejamen por parte de quien se le dé la gana, sin que quienes administran el Estado les importe un bledo.

Cada mañana, cada noche a bordo de un bus, el Bulevar del Ejército, o en cualquier calle del subdesarrollo, uno se da cuenta dónde terminan los mil discursos y "buenas intenciones" de quienes deberían asumir con mucho más honor el mandato que se les asigna cuando se les nombra como funcionarios. El trayecto que debo atravesar cada día de ida y regreso es de apenas unos 5 kilómetros, que deberían recorrerse en no más de 20 minutos a una velocidad moderada, pero en la vida real es una hora. Soy de los miles y miles que dependemos del transporte que venden los buses y microbuses urbanos, pero soy de los que no se tragan que esto es irremediable y que nada se puede hacer.

No sé ni cómo describir lo que veo y siento en cada viaje. Es una triste historia que comienza desde antes de abordar, pues casi siempre hay que esperar mucho, pues pasan volando, dándose verga entre ellos, o si paran van repletos a más no poder, y no cabe un alma más. Cuando por fin logro subir a uno, debo viajar en la puerta o abrirme camino a la fuerza entre los otros infortunados, que ni siquiera parecen darse cuenta que eso no debería ser normal, tanto, que viajan con las ventanas cerradas e indiferentes a la martillante estridencia del perreo que escupen las enormes bocinas instaladas en varios puntos del triste tren. Es amargamente triste sentir en la gente la resignación; nadie se da cuenta tampoco del espeso humo que se encierra debido al fatídico embotellamiento permanente, sin que exista un departamento de tránsito ni sistemas viales, o control semaforización moderno. Nada, no existe el Estado, porque sus funcionarios -que no funciona, como diría Benedetti- viajan en naves polarizadas, con aire acondicionado, y en otras calles, lejanas del pueblo y la pobrería.

Nada más triste que la intoxicante impotencia que uno siente cuando a bordo del desamparo, aguantas tanta arremetida a tu dignidad sin que nadie haga algo, la alta velocidad, los frenazos, las "echadas" de hasta 10 minutos, las ofensas o amenazas por atreverte a reclamar algo, el hacinamiento y maltrato físico; es tan cotidiano que una rata se suba y te humille apuntándote a la cabeza para quitarte un maldito teléfono o unos dólares; ahí comprendes que el Estado -enorme tragante de millones y millones de dólares del Pueblo- simplemente no existe, pues no hay prevención, control y castigo de la criminalidad y la arbitrariedad; es aún más triste porque el Pueblo mismo ha aprendido que nada se puede hacer ante estas plagas, alimentadas por la corrupción que nos imponen "las gremiales", el poder económico gobernante, la ineptitud y el comodismo de los funcionarios y empleados públicos. Por que lo que pasa en el transporte pasa en todos los otros campos. Quizá el cambio deberá esperar por mucho más tiempo. Mientras, tendré que seguir tragándome el humo, sin que nadie escuche mi indignación, y seguir viajando sin sentido en este bus llamado El Salvador.

¿Existe alguna "autoridad" que por alguna vez en la vida tenga el valor de subirse a estos buses y hacer algo porque cambie esta pesadilla?

Saludos, Kenni Bolaños y Paolo Lüers