Cuatro años a merced y capricho de las pandillas

Residentes de una colonia de Soyapango viven bajo el acoso de pandilleros; han sido testigos de asesinatos, extorsiones y falta de trabajo policial.

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Imagen de referencia. Foto/ Archivo

Por Diana Escalante

15 January 2018

Viví por casi 40 años en esta colonia (relato de una víctima de las pandillas). Antes, a las 3:00 de la tarde, era normal escuchar a los niños corriendo y jugando en las calles y pasajes. Hasta teníamos la libertad de salir a la calle, poner una silla y hablar con los vecinos. La noche llegaba y todavía los niños jugaban, y quizá el único problema, si así se le podía llamar, eran los tres o cuatro borrachos que llegaban a la tienda que era la más fuerte de la colonia, y ahí bebían en la acera, hasta entradas las 11:00 de la noche.

Ya nada queda de esa vida apacible que por años tuvimos los que vivimos en esta colonia, antes desconocida, ahora todos ya la conocen cuando uno dice “la Cuscatlán, en Soyapango”, y los taxistas, la comida rápida, incluso los que entregan correspondencia, le dicen a uno: “No, señora, ya no llegamos ahí, se ha puesto peligroso”.

La colonia Cuscatlán, en Soyapango, fue por mucho tiempo una zona tranquila. Lo puedo decir así, con honestidad. No teníamos miedo de caminar a las 8:00 de la noche en la calle principal, a pesar de la oscuridad por los árboles que tapan las lámparas. No teníamos miedo de salir a la tienda o a la farmacia. Si alguien quería tomar una coca cola a las 9:00 de la noche iba a encontrar la tienda abierta, o la farmacia en una emergencia. Hoy ni la sombra.

Desde hace un poco más de cuatro años comenzaron a aparecer estos muchachos. No pasan de 25 años, algunos tienen cara de que ni han cursado tercer ciclo. Visten con sus ropas flojas, esas gorras que parece que flotaran en sus cabezas y siempre de aspecto sucio.

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De pronto, las tiendas comenzaron a cerrar temprano. A las 7:00 de la noche ya ni las luces encendidas. La farmacia cerrada. Era porque comenzaron a rentearlos -extorsionarlos-. Uno ni cuenta se daba porque el problema comenzó directamente con los propietarios de los negocios. Después el problema se extendió a los distribuidores, la comida rápida y los mensajeros. “Si quiere ir a traer su pizza, salga a la entrada de la funeraria, porque el repartidor no entra. Ya han amenazado a varios de nuestros empleados por la presencia de pandilleros”.

Con eso uno se daba cuenta de que la colonia ya no era la apacible de antes. Habían llegado las ratas, los mareros, y no me interesa saber de qué bando, si MS o 18, son la misma escoria. La misma cizaña que ha infestado no solo la colonia en la que viví, sino todas las de Soyapango, San Salvador, Mejicanos, Ilopango y me cansaría de mencionar. El país se ha vuelto una ruina por esta plaga.

A partir de este problema es que los que viven en la Cuscatlán se unieron e hicieron una directiva y cerraron con un portón, pusieron una caseta y vigilancia privada. Querían evitar que el problema de las maras se extendiera. Porque no había duda de que estos pandilleros venían de Lomas del Río y zonas vecinas. Mientras tanto, los muchachos se apostaban descarados en la calle principal, donde antes se sentaban los bolitos a beber por las noches. Ahí se colocan, y les beneficia que la calle tiene túmulos, porque cuando los repartidores pasan, tienen que hacerlo lentamente y ahí les caen, les exigen el pago para pasar, y ahora en diciembre hasta les han obligado a darles “aguinaldo”. Yo sabía que el aguinaldo era para los trabajadores, para los que se esfuerzan, no para estos miserables.

Comenzaron dos mareros, unos adolescentes, pero capaces de sembrar miedo. Ahora son hasta seis, y se apoyan en otra gente. En la entrada de la colonia Los Alpes hay una supuesta distribuidora de gas propano, pero ahí se ocultan los mareros, ahí se aposta hasta una anciana que les sirve de poste, les avisa cuando la Policía entra. El rumor se esparce y adentro, la tortillera de la calle principal de Los Alpes, una señora que vende fruta y una fresquera, les avisan. Será para evitar ser víctimas, pero me da rabia.

Cuando la Policía entra, los mareros ya se han escondido en los pasajes, en la venta de gas, han corrido a meterse a las Lomas del Río y de ahí no salen hasta que reciben el pitazo de que el camino está limpio de policías, para hacer de las suyas de nuevo.

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Los vigilantes de la Cuscatlán no han escapado a este mal. Dos de ellos fueron atacados y uno murió. Ese vigilante se negó a dejarlos pasar, y al día siguiente, cuando él iba a descansar a su casa, lo mataron a balazos.

Hubo un breve período en el que policías y soldados se instalaron en las Lomas del Río, hace más de un año. Por un tiempo se vivió tranquilidad. Pero ellos decían que no podían hacer nada contra los mareros, que ya los tenían identificados, no podían caerles porque no había denuncias contra ellos y al más mínimo intento de corregirlos, llegaba la PDDH a defender a estos delincuentes.

¿Por qué alzo mi voz, si me puede pasar algo? Me he escudado en el anonimato para hacer esta denuncia. Yo soy una ciudadana que quiere paz de nuevo en su colonia. Quisiera que los vecinos nos uniéramos y nos opusiéramos a esta ocupación de los pandilleros. Quisiera ver trabajo real de la Policía, no solo que paseen en sus carros.