Extorsionistas hacen quebrar a un pequeña comercializadora de gas propano y luego la expulsan

"Si ya no nos va a colaborar, ya no la queremos ver aquí", fue la sentencia de un marero a una distribuidora de gas, a quien hicieron quebrar. Ahora ellos venden el gas y los vecinos les compran por temor.

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Analistas económicos auguraron que el Gobierno recurriría a este tipo de medidas ante la derrota del 4 de marzo. Foto EDH

Por Gadiel Castillo

15 January 2018

Esmeralda (nombre ficticio) es una salvadoreña emprendedora cuya necesidad de sostener a su familia en condiciones óptimas y darles un estudio digno a sus hijos la llevó a iniciar un pequeño negocio de venta de gas propano en una zona populosa de San Salvador, negocio que sostuvo por ocho años.

Sin embargo y para su desgracia y, al igual que la de muchos salvadoreños que tienen negocio, a los meses fue objeto de amenazas y extorsiones.

Y no bastó eso, con el tiempo los pandilleros le incrementaron las cuotas de la extorsión y con ello se volvieron recurrentes las amenazas hacia ella y su círculo familiar; la obligaron a cerrar su negocio y a dejar la zona donde residía.

Pese a los constantes llamados de la Policía Nacional Civil (PNC) y la Fiscalía General de la República, mediante campañas en medios de comunicación en las que invitan a los salvadoreños a denunciar casos de extorsión, ha sido poca la receptividad de los afectados para frenar este delito que se ha vuelto el común en todo el país. No existe confianza en la autoridad.

Esmeralda se sumó al grupo de salvadoreños que prefirieron callar este delito y no reportarlo ante las autoridades, pues considera que interponer una denuncia era una pérdida de tiempo y, además, representaba un riesgo para su integridad y la de su familia.

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La comerciante narra que desde un principio fue víctima de extorsión, pero que en sus inicios era sostenible, pues las ventas eran buenas y las cantidades exigidas por los mareros se adecuaban al presupuesto.

“Al principio yo pagaba en una colonia $20 y 35 dólares en la otra, este pago era mensual y me dejaban trabajar, esa cantidad era considerable”, manifiesta.

Después de varios meses la cuota exigida comenzó a elevarse, cuenta la afectada. De acuerdo con ella, los mareros tenían un control total de todas sus ventas y calcularon que podría aportar más.

La extorsión de $55 dólares mensuales se la incrementaron a $500 en los últimos años, distribuidos en $200 para una zona controlada por la MS y $300 para la otra dominada por la mara 18, cantidades que según la vendedora significaban un desbalance en su negocio y en el presupuesto para sostener a su familia.

“Como ellos vieron que iba aumentando mi venta así me iban extorsionando, me amenazaron cientos de veces, tuve que ir a dejar ciertas cantidades a las 9:00 o 10:00 de la noche en los lugares que me decían, y entonces yo decía, mi venta da para poder ayudar y sobrevivir todavía”, manifiesta, aunque sus ganancias estaban afectadas.

Aunado al pago de la extorsión, la comerciante tenía que “colaborar” con cilindros de gas a los familiares de los pandilleros, los que llegaban y exigían el producto: la excusa era que esa cantidad iba ser descontada de la próxima cuota total. “Ellos me decían: ‘Hay me los descuenta’, y eso era mentira”, expresa.

En muchas ocasiones le pidieron adelanto de la “renta”, ella se las entregaba y las molestias venían después porque los pandilleros volvían a exigir algo que ya había recibido por anticipado. “A veces ellos querían y ya se las había entregado y decían: ‘Usted no ha colaborado en nada’ y eso ya no les gustaba a ellos, tenía que volver a reunir el dinero. ‘Quedemos a cero y volvamos’, decían”, asegura.

Diciembre y los “aguinaldos”

Para Esmeralda el mes de diciembre era “tremendo”, pues los pandilleros le exigían el aguinaldo, “ese aguinaldo era fuerte”, dice. “En diciembre el pago se volvía doble, de 600 y 400 dólares, imagínese solo ahí eran mil dólares que tenía que desembolsar, a parte del pago normal que les hacía, alrededor de 1,500 dólares solo en un mes”, detalla.

A medida pasó el tiempo y que la afectada les “colaboraba”, sus gastos incrementaron, ya que las exigencias cada vez fueron más grandes, al punto que si la comerciante fallaba en el día acordado para entregar la extorsión, los mareros llegaban a su casa y la amenazaban. “Me salvé de la muerte tres veces”, manifiesta.

Narra que como los mareros concluyeron que tenía un mercado bien posicionado llegaron a exigirle una cantidad demasiado elevada mensualmente.

“Hubo un momento en que ya no aguanté más, me dejaron en la calle, llegaron a exigirme mil dólares por mes, ahí si ya no pude”, dice.

Como la comerciante se negó a pagarles la nueva cuota, expresa que la respuesta de los extorsionistas fue: “Entonces hasta aquí llegamos madre”, fue en ese momento en que los pandilleros le pusieron fecha para que abandonara la zona.

“Me pusieron fecha para irme de la colonia y el día que ellos fijaron para que saliera de la zona me fui. ‘Ya no la queremos ver aquí, ya no la queremos ver aquí, ni en los alrededores’, me dijeron, y esa fecha tuve que salir huyendo del lugar.

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En efecto, Esmeralda tuvo que dejar el lugar que fue su residencia por muchos años y donde inició su negocio que era su fuente de ingresos pero que también le trajo muchos inconvenientes con estas estructuras criminales.