“Cuando desperté le hablé y toqué su mano, ella estaba helada; ahí noté que había muerto”

Antonia y Baltazar se conocieron en uno de los peores momentos de la historia reciente del país. Ella luchaba por vivir. Él luchaba por encontrarla. De esa crisis nació el agradecimiento y la amistad entre una sobreviviente del terremoto de 2001 y el bombero que la rescató.

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El mayor Baltazar Solano

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16 December 2016

Una cicatriz en la pierna derecha, el nacimiento de una niña y una relación de familia entre dos desconocidos dejó el terremoto del 13 de enero de 2001 entre Antonia Arévalo y Baltazar Solano Flores, mayor del Cuerpo de Bomberos de El Salvador. 


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Antonia Arévalo, 36 años de edad

Antonia despertó con una vigueta sobre sus dos piernas, no podía  moverse. Había pasado tres horas inconsciente.

En 2001, ella trabajaba, junto a una personas más, haciendo oficios domésticos y cuidando a un niño en una de la colonia Las Colinas, cuando ocurrió la tragedia.

Cuando empezó el terremoto, el niño corrió no pudieron detenerlo. Murió en la entrada de la casa. La compañera de Antonia murió a unos metros de ella. 


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Algo golpeó a Antonia en su cabeza y la dejó inconsciente... “Creo que quiso ayudarme porque tenía la mano extendida, cuando desperté le hablé y toqué su mano, estaba helada, ahí noté que había muerto”, narra Antonia.

La casa estaba oscura, pero aún así alcanzaba a ver los escombros de las paredes que habían caído, objetos tirados, vidrios rotos. 

Empezó a sentir el dolor en sus piernas, intentó moverlas. Fue imposible. El dolor que sentía es indescriptible y la oscuridad de la casa incrementó su angustia. 

Antonia empezó a gritar pidiendo ayuda. La casa en que estaba era de dos niveles, así que podía escuchar personas caminando y hablando en el techo, las sirenas de las ambulancias y helicópteros sobre volando la zona.

“Ahí me di cuenta que me iban a sacar. Me podían encontrar y rescatar. Yo estaba segura que iba a salir de ahí”, dice. 

Antonia no se cansó de gritar. Después de algunas horas, sus clamores de ayuda fueron escuchados. Llegaron los bomberos salvadoreños.

¿Qué hora es?, preguntó Antonia. Las 5:30 de la tarde, contestó uno de los hombres. 

Antonia estaba molesta porque habían tardado demasiado tiempo en encontrarla y rescatarla. Era el 13 de enero de 2001. Miles de personas habían muerto soterradas tras el deslave de Las Colinas, en Santa Tecla, entre ellas su hermana mayor, quien también trabajaba en la zona.

Ahora Antonia tiene 36 años de edad, de ese 13 de enero le quedó una cicatriz en su pierna izquierda, recuerdos dolorosos, la pérdida de su hermana mayor. Pero también esperanza; porque cuando la tragedia ocurrió, ella tenía dos meses de embarazo … aunque en ese momento no lo sabía.

Foto de Antonia Arévalo, tomada en 2002. 

Baltazar Solano Flores, 46 años de edad.

Esa tarde, los bomberos empezaron a perforar, retirar escombros y tierra que estaba alrededor de una casa. A cargo del rescate estaba el mayor Baltazar Solano. 

“Habían quizás unos cinco metros de tierra arriba del colapso de la vivienda. Con una retroexcavadora se hizo una perforación en forma de cono para llegar donde estaba la víctima y hacer un hueco para conversar con ella”, recuerda Solano.  

Ingresaron al lugar a las 11:30 de la noche. Casi  12 horas después del terremoto.

La mujer tenía los pies juntos y  una losa en las piernas. El tronco girado al lado izquierdo y sobre su espalda tenía la presión de unas macetas. 

Al llegar junto a la víctima Solano le tomó la presión arterial. Para su sorpresa su estado era normal.


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El reclamo de la mujer lo tomó lo asombró, estaba molesta porque tardaron tanto en  llegar hasta donde estaba ella. 

“Me sorprendió … Su reacción no era de agradecimiento, como suele ser en casos así y quizás es porque ella estaba plenamente segura que la íbamos a sacar de ahí”, recuerda el bombero.

Él le preguntó su nombre mientras le tomaba la presión, ella a regañadientes le contestó: Antonia

Inmediatamente iniciaron los trabajos, con martillo y cincel, para quitar la losa de las piernas de ella. 

Mientras luchaban por liberarla, Solano conversaba con la víctima, con el afán de mantenerla consciente. Era fundamental que siguiera despierta. 


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Al bombero le seguía pareciendo sorprendente la actitud de la víctima, puesto que a pesar de la situación y el dolor que experimentaba su presión de nivel arterial seguía normal. 

Pero esa actitud le preocupaba a Solano porque son características del “síndrome de aplastamiento”, en el cual la persona tiene una actitud normal y lúcida, pero cuando es rescatada muere.

Ocurre porque la víctima tiene un objeto que está deteniendo la circulación de algún miembro del cuerpo y cuando este obstáculo es retirado todos los químicos generados por los músculos desechos se incorporan al torrente sanguíneo y tienden a obstruir la circulación de líquidos en los riñones y la persona muere por una falla renal. 

Pero ese no fue el caso de Antonia.


Regalo 5: La felicidad de un niño y la unión familiar


Fue el estado psicológico de Antonia, la seguridad de que iba a ser rescatada y el deseo de seguir viviendo, lo que la tenía tranquila. 

“A uno como rescatista lo anima ver que la gente tiene el deseo de vivir. Antonia desde las 11:30 de la mañana que fue el terremoto no había comido y tomado agua. Estuvo ahí sin poder moverse, pero ella nos demostraba que tenía el deseo de vivir”, dice Solano. 

El rescate se prolongó cuatro y media horas. El trabajo para salvarla fue arduo.

Dos meses después del terremoto Antonia se dio cuenta que estaba embarazada.

“El mejor premio que Dios nos puede dar es la oportunidad de salvar vidas”, expresa el bombero.

Solano, actualmente tiene 26 años de servicio en el Cuerpo de Bomberos de El Salvador, en 2001 tenía 11 años de formar parte de la institución.

Milagro de Jesús, 15 años de edad

Antonia tenía siete días de trabajar en Las Colinas, su hermana mayor la había recomendado en esa casa para hacer los oficios domésticos. Trabajaban a cinco cuadras de distancia. La casa donde estaba su hermana quedó dentro del perímetro de mayor desastre. Ella murió. 

Dejó tres niños y una niña huérfanos, quienes fueron criados por Antonia y su madre, Francisca Pérez. 

Antonia en 2001 tenía 22 años y no sabía que tenía dos meses de embarazo, cuando ocurrió el terremoto.

Se dio cuenta dos meses después cuando estuvieron a punto de amputarle la pierna que resultó más dañada por la vigueta que cayó sobre ella. 

Después de ser rescatada, no le limpiaron bien la herida, le dejaron residuos de concreto y tierra que le causó infección.

“El doctor me dijo que sí llegó un día después, me hubieran amputado la pierna porque la infección me estaba llegando al hueso”, recuerda. 

Cuando le realizaron los exámenes fue que descubrieron que estaba embarazada. 

“Es un milagro que Antonia no haya recibido ningún golpe en su vientre o que la bebé no se le haya venido por el susto o las horas de estar ahí. Ella es un milagro de Dios”, opina Solano.

Antonia se sienten agradecidas con el bombero porque el  esfuerzo, el empeño que puso en rescatarla le  ha permitido ver  crecer a “Milagrito”, su hija.

  Milagro de Jesús ahora tiene 15 años de edad.

“El nombre de mi hija es el adecuado a toda la situación porque realmente fue un milagro que ella naciera”, afirma.

Francisca, madre de Antonia, dice que la nieta, Milagro, es un regalo de Dios y una forma de compensarlas por la pérdida de su hija mayor. 

“Perdimos a mi hermana, pero de una manera u otra Dios nos la regresó a través de la niña”, dice Antonia, con lágrimas en sus ojos. 

 Baltazar Solano Flores, mayor del Cuerpo de Bomberos de El Salvador. 

Para Francisca,  su nieta es el consuelo que le quedaba de aquella pérdida

Milagro es consuelo para su familia, un vínculo entre Antonia y el mayor Baltazar Solano, quien paso a formar parte de  los momentos especiales de la familia de Antonia. 

Solano cargo en sus brazos por primera vez a Milagro, cuando tenía dos meses de edad, celebró con ellos la primera comunión de la niña, los cumpleaños  ... y bailó en la fiesta rosa de ella. 

“Somos familia, gracias a él y al Cuerpo de Bomberos. Tengo a mi niña. Los considero parte de mi familia”, dice Antonia.

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