Víctor y su sonrisa lograron vencer al cáncer

El niño sobrellevó un largo tratamiento, tras más de dos años de lucha contra el cáncer, Víctor logró pasar a la etapa de vigilancia

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El niño sobrellevó un largo tratamiento

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17 April 2016

La madrugada del 12 de abril estuvo rodeada de la misma rutina que, cada martes de los últimos dos años, Víctor y su padre han llevado. 

El mismo baño apresurado con agua helada; la salida de la casa mucho antes del amanecer; una caminata de al menos media hora para alcanzar el primer autobús que pasa sobre la carretera Panamericana y que los llevará de Lolotique a San Salvador. 

Aunque su hijo de 10 años nunca se ha quejado, José Canales piensa en lo agotador que debe ser todo para él. 

Pero esa madrugada, pese a que aún no han aparecido los primeros rayos del sol mientras caminan al bus, la sonrisa de su hijo le parece más cálida y suficiente para darle ánimos. Después de todo, a diferencia de los martes anteriores, los acompaña también la certeza de que Víctor le ha ganado al cáncer. 

José aún recuerda muy bien la fecha en que Víctor fue hospitalizado por primera vez. 

El 18 de febrero de 2014 el niño tuvo que ser ingresado en el  hospital de Nueva Guadalupe, en San Miguel; pero su condición superó la capacidad del centro y pronto lo refirieron al Hospital San Juan de Dios, en la ciudad de San Miguel. 

Todo comenzó con una especie de burbuja de color rojo que le apareció en el lado izquierdo del rostro. 

“Nos pareció extraño, yo le dije a la esposa que lo llevara a la clínica, que ahí se lo podían cortar”, recuerda José. 

Pero la recomendación del médico que lo atendió fue comer tajadas de limón y Víctor comió tantas que se le comenzaron a pelar los labios. 

“Le dije a la esposa ya no le des eso, ¿de dónde va a aguantar tanto ácido? Pero pensaban que era por falta de vitamina”, comenta José, además les pidieron que compraran unos medicamentos que la familia ya no podía pagar. 

Lo que había iniciado como una burbujita en el rostro, según la describe José, comenzó a crecer más y más. Pronto otras ampollas similares aparecieron en el rostro del niño. 

Fue entonces que decidieron que Víctor debía ser visto en un hospital e ingresado. En el hospital de San  Miguel los médicos determinaron que debían tomarle muestras para una biopsia, pero no podían realizarla en el centro. Para hacerla en lo privado José necesitaba $400. 

“Pero el doctor dijo entonces que se lo fueran a hacer al Rosales, y  los llevaron a la mamá y a él”, cuenta José. 

Víctor nunca había visitado San Salvador y lo primero que conoció fue un hospital. 

La muestra fue tomada un jueves y el lunes de la siguiente semana les avisaron que el niño debía ser ingresado y tratado con urgencia en el Hospital Benjamín Bloom.

 “La verdad, San Salvador no conocía y nunca pensé que iba a conocer”, cuenta José, quien para ese entonces no imaginaba que tendría que viajar cada semana a la capital,  que se había mantenido solo como un lugar distante en su mente. 

En el Bloom, lo primero que los médicos les advirtieron fue que la situación de Víctor era seria y que el niño iba a ser tratado con quimioterapia. 

Querían asegurar que, tanto Víctor como sus padres, seguirían el largo tratamiento. Le dijeron a José que de cada diez niños que ingresaban, siete lograban recuperarse.  

“Pues nada, dije yo, tengo fe en Dios y vamos a salir adelante”. 

Víctor pasó un mes y ocho días ingresado en el Bloom, hasta que un viernes los médicos le dijeron que podía volver a su casa, pero debía regresar el lunes. 

“Lo llevamos, bien alegres nosotros, ya a la casa, lo único que iba peloncito, pero ya se le había desaparecido lo del rostro”, relata su padre. 

Las siguientes semanas fueron similares, se quedaba ingresado varios días y regresaba a casa solo los fines de semana. 

Luego comenzó la etapa de mantenimiento y aunque ya no necesitaba ser ingresado debía viajar un día durante 67 semanas para recibir su tratamiento, en el centro médico de la Fundación Ayúdame a Vivir, ubicado a un costado del Hospital Bloom. 

Hasta ese entonces era su madre la que viajaba con Víctor y la que se quedaba con él en el hospital. 

José se trasladaba cada semana para llevarle ropa limpia y el poco dinero que hubiera logrado ganar. Pero ella ya tenía siete meses de embarazo y su cuerpo no podía seguir soportando la fatiga del viaje. 

“Como uno es pobre no le puede pagar el asiento en bus al niño, es doble pasaje, y había que llevarlo chineado”, explica José. 

Solo en el transporte, José puede llegar a tener que gastar de $12 a $10 al día. Aprendió a negociar con los motoristas, lograba que algunos le cobraran solo $3, pero otros no aceptaban y también le pedían por el pasaje del niño aunque solo ocuparan un asiento. 

Las únicas fuentes de ingreso de José son pequeños cultivos, de maíz y de maicillo, pero en los últimos dos años enfrentó serias pérdidas por la sequía. Aunque el día de viaje al hospital suponía un ligero retraso en su producción, para José siempre fue prioridad la salud de Víctor. 

Para José y su familia fue un alivio el hecho de que la Fundación les ayudara con los costos de la quimioterapia y de los medicamentos, ya que asegura que no podría haberlos pagado. Solo tenía dificultades con el pago del pasaje.

Los ánimos del niño contagiaban al resto de la familia, incluso al de sus conocidos. En la iglesia donde se congregan, al ver los sacrificios de la familia hicieron una colecta para ayudarlos. 

“Este niño ha sido valiente todo el tiempo, aunque esté rendido, Víctor ya es hora, él ya dice a levantarse. Él no se ha deprimido, no se le ha bajado la moral, siempre ha puesto bastante de su parte”.                   

Pero a veces, esa misma energía que acompañaba a Víctor, lo ponía nervioso ya que el médico le había advertido sobre el riesgo de que un fuerte golpe generara una recaída, teniendo que comenzar el proceso. 

Víctor tuvo que dejar su bicicleta y también dejó de asistir a clases. Aunque se atrasó un año, ya regresó y asiste a tercer grado.

 Sin dejar de sonreír, en el día que anuncia el final de su tratamiento semanal y solo el inicio de la etapa de vigilancia, Víctor comparte que su materia favorita es matemáticas, que le gusta mucho leer su libro Sembrador y aunque no puede jugar fútbol, ni cansarse mucho bajo el sol, puede ir a nadar a unas piscinas que quedan cerca de su casa. 

“Yo sentía como algo de miedo, como que no me iba a aliviar y mire”, dice Víctor con la serenidad de un adulto. 

Es cuando habla de sus hermanos y de sus amigos de la escuela que le preguntaban sobre sus visitas al hospital, que Víctor rompe su sonrisa por primera vez, sorprendiendo hasta a su padre, y llora en silencio, pero se recupera pronto, cambia el tema a los libros y a los juegos que más le gustan. 

Viendo a su hijo jugar, se repite en la mirada de José lo que acababa de compartir, que su sueño es ver a Víctor crecer. 

“Mi sueño es siquiera que estudie y que pueda hallar su trabajito, más suave, que no sea como el mío, con la cuma y bajo esos grandes soles”. 

Ayuda a los niños con cáncer

Cada  mes, el centro médico de la  Fundación Ayúdame a Vivir, ubicado a un costado del anexo del Bloom,  realiza quimioterapia ambulatoria a 400 pacientes. Es la única entidad que brinda tratamientos gratuitos contra el cáncer a niños y jóvenes de  hasta 16 años de edad.


El Diario de Hoy cuenta con la autorización de los padres para publicar las fotografías y video de la historia Víctor Canales.