Lo prometido es deuda: Esperamos nuevas y mejores ideas

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Joaquín Samayoa.

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07 March 2019

El gobierno de una nación es siempre mucho más complicado de lo que creen los que, con recto propósito, aspiran a gobernarla. Por lo general, no se dan cuenta de ello hasta que, por la voluntad soberana del pueblo, son investidos con tan grande y delicada responsabilidad. Nuestro país le presenta además al nuevo gobernante algunos desafíos particularmente difíciles por la precariedad de las finanzas públicas y por la profundidad de las raíces de sus lacras sociales.

Para la contienda electoral, los publicistas forjan una imagen pública atractiva del candidato que contrata sus servicios, añaden tres o cuatro frases incisivas y pegajosas que repiten hasta la saciedad, y eso puede ser suficiente para ganar una elección. El juego electoral no exige mucho, solo entender muy bien cómo funcionan en un determinado momento la mente y el hígado de los electores. Gana el que atina y logra conectar con los sentimientos y expectativas del grueso de los ciudadanos. Pero gobernar una nación es infinitamente más complicado que ganar una elección.

Un mes ha transcurrido desde que Nayib Bukele fue declarado presidente electo de El Salvador para el período 2019-2024. Desde entonces, no se le ha visto mucho. Se sabe que él es un hombre bastante reservado, pero ahora debe o debiera estar bastante ocupado y preocupado, asimilando el susto de su victoria en primera ronda y preparándose para lo que viene.

Al afirmar lo anterior, asumo que Bukele tiene interés en hacer un buen gobierno para no defraudar a los que creyeron en él. Pero soy consciente de que ésta no es una premisa que goza de aceptación universal. Muchos piensan que al nuevo presidente sólo le interesa el poder y que su principal objetivo será consolidarlo y expandirlo a otros órganos del Estado para forjar una autocracia que le permita hacer y deshacer a su antojo y conveniencia, sin el estorbo de los límites que pudieran imponerle las leyes y otras instituciones del estado.

Sin duda, las inclinaciones autocráticas y populistas asoman en su discurso y en algunas de sus acciones, pero insisto, a pesar de ello, en concederle el beneficio de la duda. El no estar amarrado a partidos ni ideologías acarrea riesgos y genera incertidumbre, pero también abre muchas posibilidades, entre ellas la de pensar fuera de la caja, formular ideas viables y efectivas sin tener que ceñirse a ninguna ortodoxia ideológica o religiosa.

Hasta el 1º de Junio, Nayib Bukele tiene en sus manos una página en blanco, pero muy pronto tendrá que comenzar a escribir en ella. A partir de ese momento comenzarán a mostrarse sus intenciones y podremos empezar a juzgar si, en verdad, tiene nuevas ideas sobre qué hacer y también sobre cómo hacer política. La conformación de su equipo de gobierno será la primera indicación sobre lo que cabe esperar.

Pronto se dará cuenta el presidente, si es que no lo sabe ya o siempre lo supo, que uno de los eslóganes de su campaña encierra una gran falsedad. El dinero alcanza cuando no se lo roban, nos decía. Y nadie le preguntó para qué. Nadie le preguntó por qué, si no hubo robos ni sobornos, sólo le alcanzó en la alcaldía para hacer unas pocas cosas en un reducido espacio de la ciudad. Y realmente ni para eso le alcanzó, porque dejó a la alcaldía con una enorme deuda.

Ahora la cosa es mucho más difícil, porque el robo no es la única razón por la que no alcanza el dinero. También deberá frenar el despilfarro, el uso de los fondos públicos en proyectos que no tienen impacto social, la inercia de un inflado contingente de empleados públicos que defenderán con mordidas y patadas su empleo y hasta sus injustos privilegios. Ahora tendrá que enfrentar la presión de grupos y sectores que creyeron su eslogan y esperan que esta vez sí alcance el dinero para ellos también.

Pronto se dará cuenta el presidente que el sistema educativo, por ejemplo, es mucho más resistente al cambio de lo que jamás podría imaginar alguien que no se haya empeñado en cambiarlo. Ni hablar del sistema de transporte público, pesadilla cotidiana de cientos de miles de salvadoreños. Igual el sistema de salud pública, que obliga a los usuarios, por desorden y excesiva burocracia, a perder un día entero para lograr una cita de diagnóstico, atención o seguimiento, y programa las consultas posteriores para meses después, aunque el padecimiento del paciente sea de naturaleza grave y progresiva.

Añádale los problemas de abastecimiento de agua, las limitaciones de cualquier sistema imaginable de pensiones, la criminalidad y otros muchos problemas de menor envergadura y verá que el dinero no alcanza, a no ser que tenga un lúcido entendimiento de sus prioridades y se concentre en ellas, ayudado por un equipo verdaderamente competente y honesto de colaboradores que entiendan por qué persisten esos problemas y que tengan verdadera creatividad para abordarlos con mejores estrategias que en el pasado.

La esperanza de muchos y el escepticismo de otros tantos es, al fin de cuentas, algo bastante subjetivo. A todos nos conviene que haga un buen gobierno. Nadie en su sano juicio le va a pedir que arregle todos los problemas en cinco años. Lo que sí tenemos pleno derecho a exigirle es que no arruine más las cosas, que respete la estructura fundamental de la democracia, que sea honesto más allá de la más mínima duda y que ponga en marcha nuevos dinamismos, círculos virtuosos, en las áreas más problemáticas de la vida nacional. “Si así lo hiciereis, que la patria os premie; si no, que ella os lo demande.”