Morazán vuelve a sufrir ejecuciones 37 años después

Solo en enero de este año, cinco mujeres y un hombre fueron ejecutados por un grupo de enmascarados. Entre las víctimas está dos hermanos en Cerro Pando.

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Foto EDH/ Óscar Iraheta

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27 February 2019

El norte de Morazán fue una zona donde se libraron múltiples batallas entre la guerrilla y el Ejército, en una lucha por el control del territorio. Mucha historia quedó registrada allí, como la masacre de El Mozote, ocurrida en diciembre de 1981, hace 37 años. Con el recuerdo lejano, lo que preocupa ahora a los habitantes es la inseguridad, generada por las pandillas y los crímenes registrados en las últimas semanas.

La zozobra ha vuelto y, en algunas zonas de Morazán, con más intensidad, lo que contrasta con la tranquilidad que transmiten esos parajes de montañas y bosques de pino. Las condiciones de seguridad comenzaron a agravarse en 2013, cuando comenzaron a aparecer jóvenes vinculados con pandillas que llegaron de otros lugares a querer levantar clicas (agrupación local) en varios municipios. Lo hicieron en Jocoaitique y, en menor medida, en Meanguera.

Y de pronto, las muertes violentas iniciaron en la mayoría de municipios de la zona norte de Morazán, arriba del río Torola. Comenzaron los asesinatos de jóvenes y de veteranos de guerra de la exguerrilla. En esa región, solo en este año, han sido ejecutadas seis personas por grupos de exterminio.

Por ejemplo, el caserío El Tablón del Cerro Pando se mantenía tranquilo. Hasta el pasado 29 de enero en la noche.

Como de costumbre, la familia Argueta Chicas cenó y se dispuso a dormir. Siempre, alrededor de las 8:00 de la noche, se encierran, apagan las luces y se duermen. En la casa no hay televisor y la señal de telefonía es muy débil. Concilian el sueño muy rápido. Excepto Juana Chicas, por su insomnio.

A pesar de estar despierta no escuchó ningún ruido que indicara la llegada o paso de algún vehículo.

Como a las 9:30 de la noche, Juana Argueta y José Chicas se sobresaltaron con unos gritos que mencionaban el nombre de ella. No reconoció en la voz a ninguno de sus familiares o vecinos y el tono no presagiaba nada bueno. “Juana Chicas, por favor abra la puerta. Somos la Policía”, gritaron varias veces.

Para que la Policía ingrese a una propiedad privada, y más a una vivienda, se necesita una orden judicial. Pero Juana no lo sabía y de nada le hubiera servido si la hubiese exigido.

Se levantó rápidamente a cumplir con la orden de abrir, pero cuando ella le quitó la tranca a la puerta, sintió un golpe en la madera y otro en su mano derecha. De la aflicción no sintió mucho dolor en el momento.

Un hombre grande, vestido de negro, con el rostro cubierto con un gorro y armado con una pistola, irrumpió en la casa de esa familia pobre. Tan pobre que no hay camas para todos. Tres jóvenes (hijos de Juana y José) dormían en hamacas.

Todos se levantaron lo más rápido que pudieron. Tal vez sin comprender lo que sucedía, Óscar Francisco abandonó su hamaca pero no la cobija. El hombre grande le asestó una patada y le ordenó salir de la casa. Sólo a él.

Se tendieron lo más pronto posible. Otro hijo de Juana, que estaba adormitado, no atendió pronto la orden de tenderse boca abajo y recibió una patada que lo hizo golpearse la cabeza en la esquina de una mesa.

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Nadie preguntaba nada.

De repente, el hombre “grandote” salió de la casa. De afuera se escucharon dos balazos. Todos guardaron sus esperanzas de que esos balazos no los hubiera recibido Óscar.

De inmediato el hombre entró a la casa. Dijo que buscaría las armas que tenían. ¿Cuáles armas?, se preguntó Juana, si nunca hemos tenido una ni para defendernos.

“Nelyta, levantate, que nos tendamos en el suelo dicen ellos”, le dijo Juana a su hija.

Entonces fue que la joven se levantó; el hombre la sacó a empellones al centro de la casa donde estaban tendidos Juana, José y sus otros dos hermanos.

Le asestaron un disparo en la cabeza. Murió de inmediato. Nelly se desplomó entre los cuerpos tendidos de sus padres. Nadie dijo nada. Solo esperaban ser el siguiente.

De inmediato el “hombre grandote” salió de la casa y solo atinó a decirles: Si les preguntan que quién hizo esto, ustedes digan que lo hizo la Sombra Negra. Aquel verdugo encapuchado y vestido de negro se fue con otros dejando botado un cargador lleno de balas para una pistola. Hubo silencio.

Cuando Juana se armó de valor para ir a ver cómo estaba su hijo, lo halló boca abajo, con la cabeza ensangrentada. “Yo lo escuché como que roncaba, hacía un ruido como que roncando estaba”.

“Pasó agonizando hasta como a la 1:00 de la madrugada. Se oía como que roncaba. Pero no hablaba nada. Yo me le acerqué con ganas de que me hablara, pero no dijo nada y tampoco se quejaba”, explicó la doliente.

“Eso es perro, pasar con uno adentro y otro afuera. Yo andaba sufriendo del dolor de la patada en mi mano pero todavía le puse una cobija como almohada por la cabeza”, relató Juana, mientras dirigía su mirada al lugar donde sus dos hijos sobrevivientes han hecho una especie de tumba y han colocado una cruz de madera. Es donde ejecutaron a Óscar.

Juana, José y sus dos hijos pasaron toda la noche en lo oscuro, junto a los cadáveres de sus dos hijos. No tuvieron valor de salir a buscar ayuda por temor de que los asesinos no se hubiesen marchado. La casa más próxima está como a 300 metros.

No saben por qué los mataron

Juana y José aseguran que sus hijos no eran pandilleros. Óscar era conocido como un joven trabajador. La rutina de Nelly era de trabajo. Se levantaba a las 5:30 a.m. a ayudar a sus padres a elaborar un carrizo de hilo para hacer matatas.

En el día hacían uno que era vendido en tres dólares. El esfuerzo de los tres era recompensado con un dólar. En la semana hacían seis carrizos, es decir, ganaban 18 dólares hilando, como ellos llaman a ese trabajo.

Después de varias horas de hacer girar un torno, Nelly ayudaba con los quehaceres de la casa. A las 3:00 de la tarde solía ir al caserío El Barrial a visitar a su hermana y a jugar con sus tres sobrinos.

De acuerdo con fuentes de El Diario de Hoy, Nelly visitaba a un joven identificado como Juan Carlos, un advenedizo que recién ha sido deportado de Estados Unidos y con quien había iniciado una “relación de amistad”.

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Juana y José dicen que a ellos les sorprendió que Juan Carlos vistiera siempre con camisas manga largas y en una mano anduviera puesta una venda. Cuando lo cuestionaron qué le pasaba en la mano, les dijo que practicaba fútbol y que se había lesionado.

El registro

La tarde del 29 de enero, unos policías que “de casualidad” patrullaban la zona de residencia de la familia Argueta Chicas, interceptaron a Juan Carlos, lo registraron y le revisaron el torso en busca de tatuajes.

Conversaron con el joven unos minutos y, luego, los policías siguieron su camino.

Cuando Juana le preguntó a Juan Carlos por qué lo habían parado los policías, el joven le dijo que le habían preguntado por los tatuajes que tenía. “Usted sabe que todos los que hemos andado en eso tenemos tatuajes”, le respondió y no dio más explicaciones.

Aunque Juan Carlos se hizo acompañar de sus familiares que viven en El Barrial aquel día, cuando llegó a pedir permiso a los padres de Nelly para hablar con ella, lo raro es que nadie de esa gente se acercó a presentarles las condolencias o a ofrecer alguna ayuda cuando la joven fue asesinada.

Juan Carlos tampoco se ha asomado a la casa de los padres de Nelly desde el siguiente día, cuando ella fue ejecutada.

Juana y José sospechan que los asesinos confundieron a su hijo Óscar y creyeron que se trataba de Juan Carlos. Tal vez por la edad, pensaron que aquel día este último se había quedado a dormir en casa de Nelly. Aunque entre ambos no había parecido. El supuesto pandillero es de tez blanca, en tanto que Óscar era moreno.

Como en la mayoría de ejecuciones de jóvenes en el norte del departamento de Morazán, Juana y José afirman que ni la Policía ni la Fiscalía se han vuelto a asomar.

“Estos muertos no importan”, dice uno de ellos, mientras uno de sus hijos muestra el casquillo de la bala con que Nelly fue asesinada. Los investigadores no la encontraron en un área como de cuatro metros cuadrados, la escena del crimen contra Nelly.

Este doble crimen ha conmocionado a los habitantes de esa zona del norte de Morazán, ya que ese nivel de violencia y barbarie sólo lo vivieron durante la guerra, cuando, incluso, perdieron a varios de sus familiares.

No sólo les preocupa la inseguridad que generan los pandilleros, quienes de manera sigilosa se mueven entre los cantones y caseríos de esas extraviadas del norte de Morazán. Ahora, tienen otra aflicción, generada por esos grupos de hombres enmascarados que están cometiendo estos crímenes de manera selectiva.

Diferentes organizaciones de Derechos Humanos han denunciado la existencia de grupos de exterminio en la zona Oriental.

A la fecha hay registro de ejecuciones cometidas en Usulután, San Miguel y La Unión. El doble crimen en Morazán, contra los hermanos Argueta Chicas, es el primero que se registra con estas características.