Los dos cuñados sabían perfectamente que el cruce del desierto para ingresar a Estados Unidos podía ser algo mortal. A uno de ellos se le murieron el padre en 1995 y un tío en el 2004 tratando de llegar al otro lado. Y los dos jóvenes ya lo habían intentado unos meses antes, para terminar entregándose a los agentes de la Patrulla de Fronteras estadounidenses totalmente agotados.
Juan Lorenzo Luna y Armando Reyes, no obstante, partieron de nuevo de su pequeña comunidad de Gómez Palacio, el norte de México, en agosto del 2016.
De los cinco hombres que iniciaron el recorrido en Gómez Palacio, dos completaron el cruce a salvo y uno se volvió. Lo único que se sabe de los dos cuñados es que desistieron de seguir y planeaban entregarse nuevamente a las autoridades.
Estos migrantes se suben a autobuses para cruzar la frontera por tierra, abordan modestas embarcaciones en la esperanza de llegar al Caribe y, cuando todo lo demás falla, caminan por días bajo el sol por carreteras o con temperaturas heladas por las montañas. Vulnerables a la violencia del narcotráfico, el hambre y las enfermedades, desaparecen o mueren de a cientos.
"No soportan un viaje tan duro, porque son recorridos muy largos"?, dijo Carlos Valdés, director del Instituto Nacional Forense de la vecina Colombia. "Muchas veces comen una sola vez al día. O no comen. Y se mueren".
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Nadie lleva la cuenta de esas muertes, ni de las decenas de decesos en el mar. Tampoco se lleva la cuenta de las denuncias de desapariciones en Colombia, Perú y Ecuador. En total, al menos 3,410 venezolanos han sido dados por desaparecidos o muertos en una migración entre países latinoamericanos cuyos peligros han pasado casi inadvertidos. Muchos de los muertos sucumbieron a enfermedades que eran fácilmente tratables.
Entre los desaparecidos está Randy Javier Gutiérrez, quien cruzaba Colombia a pie con un hermano y una tía en la esperanza de llegar a Perú, donde estaba su madre.
La madre de Gutiérrez, Mariela Gamboa, dijo que un individuo se ofreció a llevar en su auto a las dos mujeres, pero no a su hijo. Las mujeres dijeron que lo esperarían en la estación de autobuses de Cali, a unos 257 kilómetros, pero él nunca llegó. Los mensajes que le han enviado a su teléfono desde ese día, hace cuatro meses, no han sido vistos.
"Estoy muy preocupada"?, dice la madre. "No sé qué hacer".