Escritor Sergio Ramírez: "Ortega no puede quedarse"

Expresa su frustración porque los crímenes no cesan, en especial al ver cómo se llega a un acuerdo y, un día después, se produce un incendio en el que muere una familia entera.

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25 June 2018

Escuchar (o transcribir) a Sergio Ramírez Mercado (Masatepe, Masaya 1942), es casi como leer una de sus obras. La prosa, el discurso, la descripción, hasta la reiteración, hacen que el periodista sienta que está frente a cualquiera de sus obras más famosas, más premiadas o más leídas.

La ocasión sería digna de un selfie para rememorar la ocasión… si Nicaragua no se estuviera desangrando, si no estuviera llorando a sus muertos, mientras el régimen del ‘revolucionario’ y la ‘poetisa’ que apenas ayer cantaban a la paz y al amor, no estuvieran masacrando al pueblo que dicen defender.

En estos días, el escritor, ensayista, novelista y político siente que está volviendo a vivir las mismas emociones, experiencias, ilusiones y urgencias de 1979, cuando la guerrilla cercaba a la Guardia Nacional (el ejército que mantenía en el poder a Anastasio, el tercero de los Somoza), y él era parte de un grupo de ciudadanos notables llamado “Los Doce”, que encabezaban la lucha cívica en contra del dictador.

Hablando de la Nicaragua surgida tras el despertar sangriento del 19 de abril, dice que “el país cambió y se despertó algo que me supera, me asombra por su magnitud, que es esta ola de fervor cívico. La gente sale a las calles, saca sus banderas, se manifiesta con dolor por los muertos pero también con alegría. Es verdaderamente inusitado ver a la gente, a las familias en las manifestaciones; los padres cargando a horcajadas a los niños, las mujeres empujando cochecitos. ¡Si parece que no estuviéramos en Nicaragua!”, reflexiona.

El problema es que esa Nicaragua que se manifiesta en las calles, que apuesta al diálogo nacional para cumplir el sueño de sacar del poder a Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo sin necesariamente empuñar las armas, se enfrenta con la realidad de un gobierno sanguinario que contrata delincuentes y los junta con la Policía Nacional para atacar a ese pueblo desarmado.

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No al “aterrizaje suave”

Ramírez expresa su frustración porque los crímenes no cesan, en especial, al ver cómo el viernes se llega a un acuerdo y, un día después, se produce un incendio terrible en el que muere una familia entera, al punto que “se convierte en noticia que horroriza a la conciencia mundial”.

A partir del aumento constante del número de fallecidos –el martes pasado se reportaban otros tres muertos y unos 45 heridos en el inicio del ataque a Masaya, ciudad que declaró su intención de crear un autogobierno- el escritor desecha la propuesta de un “aterrizaje suave” como solución a la crisis.

Se refiere a una tesis sugerida por el gran capital nicaragüense, en la que Ortega y su esposa corrigen el rumbo y se quedan hasta el final de su período, opción que Ramírez no ve posible, porque “esta es una caldera de presión, de una presión muy fuerte que no permitiría esa salida”.

Desde luego, Ortega puede extender su mandato hasta donde él quiera, amparado en la fuerza de las armas, “pero entonces estaríamos hablando de una dictadura militar, porque eso no se puede hacer sin el Ejército”, deduce.

“La otra opción son unas elecciones a corto plazo: seis meses, un año, pero tampoco nos podemos ir a las calendas de enero. Las bases de ese cambio se tienen que poner y aprobar antes, para que la gente tenga confianza de que su voto será respetado, y que Daniel y su esposa no serán candidatos. Eso es fundamental”, añade.

Apoyo ONU, de Europa y la OEA

Reconoce también que la solución a esta profunda crisis no vendrá únicamente por lo que ocurra en los ‘tranques’ y en la mesa del Diálogo, sino también por las decisiones que se tomen en Bruselas, en Washington, en Nueva York o en Ginebra.

El autor cuenta con que, más allá del papel que finalmente juegue Luis Almagro, secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), se puede confiar en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), que es “totalmente independiente de la OEA”.

Explica que “los comisionados de la CIDH son electos por la Asamblea General, y son independientes del secretario general y del aparato político. Ellos tienen autonomía. Igual la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que tiene más autonomía todavía, porque son jueces. En algún momento, estos casos van a pasar a la Corte Internacional”, vaticinó.

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Aunque ha habido declaraciones de la Unión Europea, del Parlamento Europeo, de Amnistía Internacional, de la CIDH, del vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence; del Departamento de Estado de Estados Unidos; de Costa Rica, de la Oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, el régimen de Ortega sigue derramando sangre impunemente.

La explicación es difícil de entender, en especial cuando se constata que la lista se acerca a los 200 fallecidos. “¿Somos la noticia más importante de América Latina en los diarios europeos? No. ¿En los norteamericanos? No”.

¿Alguien puede explicarnos por qué?

En las protestas pueden verse pancartas comparando la dictadura de los Somoza (el padre y los dos hijos ocuparon la presidencia del país de forma intermitente entre 1936 y 1979) con la de Daniel Ortega, que ha gobernado “desde arriba” y “desde abajo” entre 1979 y 2018. ¿Se puede hacer un paralelismo entre ambos?

A Somoza se le recordaba sobre todo por la última etapa. La familia Somoza pasó por distintas etapas: la etapa cínica de sinvergüenzadas inteligentes del viejo Somoza que tenía la picardía de arreglarse al mismo tiempo con los comunistas y con los derechistas de las camisas grises; de reformar el Código del Trabajo y al mismo tiempo reelegirse. En esa etapa reprimía en la mina La India, pero también era paternalista, y fue así hasta que lo mataron.

Después, en el interregno de su hijo Luis, no se puede decir que fuera la parte más dura de la dictadura. Luego vino Anastasio Somoza que era prepotente, soberbio, y terminó con un baño de sangre: aún recordamos los barriles de 50 libras cayendo sobre los barrios. Los cuerpos de los muchachos tirados en la Cuesta del Plomo, los miles de muertos. Ese es el Somoza que se recuerda. Al orteguismo le faltaba esta parte de la represión brutal y ahora sí la gente los compara con razón, porque vuelve a la memoria esta represión despiadada, insensata, innecesaria, y entonces sí hay un punto de comparación.

¿Y en lo económico y lo electoral?

El gobierno siempre se ha llenado la boca diciendo que este año vamos a crecer 5 %, pero ya sabemos que las diferencias económicas y sociales en el país siempre eran abismales.

El 40 % de la gente vive con menos de $2 diarios, y eso no es muy distinto a la época de Somoza, que no cayó por razones económicas: recordemos que 1977 fue el año de mayor crecimiento en la historia de Nicaragua: 7 %, pero la gente estaba hastiada de la familia Somoza, de su sistema de corrupción, de la arrogancia, y quería salir de la dictadura.

En Nicaragua existe la superstición de que las desgracias llegan en ciclos de 40 años, sea que se trate de terremotos (el de 1931, el de 1972 y el que la gente sigue esperando en esta década) y ahora, que se cuentan 40 años entre la insurrección de 1978 y la de 2018. ¿Hay base para ese determinismo?

Esa es una superstición maligna, porque nos lleva a pensar que estamos condenados a repetir ciclos en la historia. Si cualquier cosa que hagamos la va a destruir un terremoto, ¿para qué trabajamos? Si siempre se va a repetir una dictadura, ¿para qué vamos a luchar por la democracia? No estamos condenados a repetir ciclos. Estamos destinados a romperlos, pero para eso hay que cambiar las estructuras del país y reforzar la institucionalidad.

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¿Cuál es el papel de los artistas e intelectuales en una crisis como esta?

Al recibir el Premio Cervantes, yo iba a hablar del compromiso del intelectual, pero vi que para ser congruente, tenía que usar esa tribuna para denunciar lo que estaba sucediendo en Nicaragua, y fue lo primero que hice. Yo lo sentí como un compromiso muy profundo.

Lo que a mí me toca es escribir artículos, dar entrevistas, tratar de explicar qué es lo que está pasando en Nicaragua… hoy me dedico a dar entrevistas, no a escribir. No vacilo cuando la Deustche Welle, o el Süddeutsche Zeitung (alemanes); El País, o la televisión vasca ETB (españoles); Le Monde o Liberation (franceses) me piden una entrevista, porque yo quiero que Europa sepa lo que está ocurriendo, o La Nación y El Clarín (argentinos). Me parece que ese es mi deber, escribir, hablar… yo no soy un político activo, y por lo tanto, no tengo papel fuera de la puerta de esta casa.

Si yo aparezco en una marcha, mucha gente lo va a ver bien y mucha otra se preguntará: “Y este ¿qué anda haciendo?”. Además, no siento que sea necesario. Yo estoy dando mi apoyo moral e intelectual en la medida en que yo puedo. Yo estoy dedicado a esta causa.

¿Esto es novelable?

Claro que sí. Es un hecho nuevo, y eso siempre es muy atractivo para los novelistas, pero la música es más inmediata que la novela, porque la música es un arma de combate. La novela no, porque se necesitan tres años para escribirla.