El drama de los cubanos varados en Panamá

Los caribeños llevan varios meses en frontera de Paso Canoas, muy cerca de Costa Rica. Familias enteras salieron de la isla, llegaron a Guyana, luego pasaron a Venezuela y Colombia.

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La crisis migratoria inició en noviembre

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28 April 2016

Donde se solía dormir de a dos, ahora se apiñan diez; la recepción está atendida por soldados y ya no quedan rastros de que alguna vez fue un hotel. Es el lugar donde sobreviven cientos de cubanos en Paso Canoas (Panamá), a escasos metros de la frontera con Costa Rica, informa el servicio público de radio, televisión e internet del Reino Unido (BBC, en inglés).

Varados a raíz de un diferendo entre países centroamericanos, en total 3.500 cubanos esperan en territorio panameño para seguir su viaje a Estados Unidos. En el abandonado hotel de Paso Canoas, los cubanos no pierden la esperanza.

Pero el ambiente lúgubre de los pasillos a oscuras y el aplastante calor los deja expuestos al tedio y a merced de una sola y poco fiable conexión de internet para cientos de celulares como vía de entretenimiento y escape. Hay demasiado tiempo libre y muy poco para hacer. Esperar es el arte que a la fuerza aprenden a dominar, dice BBC.

Su odisea por América los ha llevado desde la isla a Ecuador, que en diciembre se les comenzó a exigir visa, y ahora es Guyana el punto de partida en Sudamérica. Desde allí atraviesan Venezuela, pasan a Colombia y luego, a Panamá.

Ese periplo lo han hecho familias enteras, abuelos, nietos, suegros, nueras, primos, hombres solos, embarazadas. 

Una de ellas es Sucel Palacio, que en tres meses dará a luz. Junto a su pareja Yoandry Cautin y sus dos hijos salieron de Cuba un día después de Navidad. Volaron a Guyana, viajaron por mar hacia Venezuela, cruzaron a Colombia y llevan casi cuatro meses en Paso Canoas.

“He estado aquí prácticamente sin atención médica, recién hace dos semanas me hicieron un ultrasonido, unos análisis, y tenía infección en los riñones e infección urinaria, por toda la travesía, los montes y las selvas que atravesamos, y el agua que tomamos del río”, cuenta Palacio, de 29 años.

“Ha sido muy duro, llevamos meses acá varados”, agrega sentada sobre su cama en el hotel, “sin respuesta de nada, sin saber qué va a pasar con nosotros”.

Lo más difícil de hacer este viaje, dice, es arriesgar la vida de sus hijos pero explica que lo hace para darles “una vida mejor, un futuro mejor porque en Cuba no tenemos eso, nos reventamos trabajando y no vemos el trabajo”. Casi a diario sueña, literalmente, con el momento de atravesar la frontera de Estados Unidos. Se imagina lanzándose al piso, besando la tierra, llorando por el sacrificio.

En busca del sueño americano
Se estima que unos 40.000 cubanos llegaron a EE.UU. por vía terrestre en 2015, un incremento cercano al 80% con respecto al año previo, de acuerdo con cifras oficiales.

Se cree que la mayoría lo ha hecho motivada por el temor a que por la mejoría en las relaciones entre EE.UU. y Cuba haya cambios en la Ley de Ajuste Cubano, una normativa que permite la permanencia de los cubanos en Estados Unidos.

Nicaragua, aliado de Cuba, cerró su frontera a los cubanos en noviembre pasado y dejó a unas 8.000 personas varadas en Costa Rica.

Tras un acuerdo regional, entre enero y marzo los cubanos pudieron volar a El Salvador para desde allí tomar autobuses a Guatemala y luego a México.

Después Costa Rica, tras haber abierto casi 30 refugios y asistido a los cubanos durante meses, decidió cerrar su frontera y le tocó entonces el turno a Panamá de acogerlos.

Llegó un momento en que los hoteles en Paso Canoas ya no dieron abasto, y el gobierno abrió un campamento sobre la Carretera Panamericana, a un kilómetro y medio de distancia de la frontera.

“Hay momentos en que se siente uno ya como que no puedes más, pero hay que sacar fuerzas porque no queda otra, hay que esperar y calmarse”, dice Néstor Besada, quien viaja con su esposa, desde dentro de su tienda.

Besada agradece el esfuerzo de los panameños para asistirlos, pero admite que hay que convivir con “la impotencia de ver que no pasa nada, que no te dicen nada claro, es la frustración más grande que pasa uno acá”.

La salida no está clara. Y no son pocos los que se plantean usar coyotes para cruzar ilegalmente las fronteras restantes. “Me daría miedo irme con coyote. Si tuviera que hacerlo en un mes, dos meses, si no se resuelve la situación y consigo el dinero, sí me arriesgaría”, afirma Edison, de 30 años.

En el hotel, Jesús —12 años, espigado— deambula aburrido por los corredores.

Recostado sobre una pared donde alguien pegó un par de hojas con “los pilares de la democracia”, se lamenta.

“Mis papás no tienen plata para coyotes y tienen miedo por mi hermana así que tenemos que esperar”, dice.” Entonces toca “esperar y esperar hasta que algo pase”.