Óscar Panameño: "¿Empresario exitoso? Sí, por una sola razón: tengo seis hijos y los amo"

Con un arsenal de frases emblemáticas, el octogenario salvadoreño aprovecha cualquier ocasión para enseñar sobre el valor del sacrificio y de la buena administración del tiempo.

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Foto EDH: Jessica Orellana

Por Vanessa Linares

18 June 2018

Óscar Panameño procreó cinco hijos, adoptó a una sexta y en el último medio siglo ha sido como un padre para muchos de sus empleados.

El hombre de 87 años asegura que es un empresario exitoso y no porque haya fundado y hecho prosperar a Torogoz Maderas y Metales- la compañía que compró en 1976 y que ahora exporta a 27 países, tan cercanos como México o tan remotos como Angola e Islas Caimán-; sino por una razón: es un papá amado y amoroso que inculcó a su familia su objetivo de llegar a ser alguien en la vida.

“¿Un empresario exitoso? Sí, soy exitoso por una sola razón: porque tengo cinco hijos más una adoptada. Tengo seis hijos y a los seis los amo”, dice con firmeza el octogenario salvadoreño de ojos azules.

Panameño asegura que contar su historia de superación es algo “choteado” pero le sirve para enfatizar que “el hambre es lo que a uno lo hace triunfar”, que “el éxito no se compra, se conquista con sacrificio y el arte de saber administrar el tiempo y el dinero” y que “la felicidad estriba en ver feliz a los demás”.

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Y es que desde muy joven, Panameño aprendió el valor del tiempo y del sacrificio.

Primero fue pobre. Vivía en la habitación número 6 de un mesón, el cuarto no tenía luz y se alumbraba con un candil de gas. Estuvo al cuidado de su abuela cuando quedó huérfano a la edad de tres años; y a los 12 ya vendía frescos en los parques.

Para 1948, cuando el ahora empresario tenía 17 años, entró de “meritorio” a las bodegas del tren en Sonsonate y su trabajo era trasladar bultos. Fue ahí donde comprendió la importancia de la administración del tiempo, dice, pues el tren salía a las 5:45 a.m. debía estar antes de su salida o lo dejaba, y si lo dejaba, perdía su empleo.

Una vez, siendo “un poco arrebatado”, recuerda, corrió con la carreta y una de las “matatas” quedó atrapada entre la plataforma de la bodega y la entrada al coche.

Panameño dice que quizá ese error fue lo que lo llevó al éxito porque un viejo trabajador, Octavio Alvarado, se le acercó y le dijo: “Hijo, barré bien para no quedarte de barredor”.

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“Hoy tengo un Mercedes, una camioneta, una casa grande. Hoy tengo. Antes no. Me limitaba a comer cosas sencillas porque no podía, porque quería tener un negocio, porque lo quería hacer crecer. Hoy sí hago lo que quiero de mi vida porque me sobra el dinero, me sobra el tiempo. Cuesta porque nadie quiere sacrificarse, ese es el problema”, explica sabiamente el hombre.

Según el fundador de Torogoz, “cuando un padre le inculca a sus hijos su objetivo, adónde quiere llegar y cómo les pide que lo acompañen, alcanza el triunfo porque no es de él sino de la familia”.

Así, la consigna que siguieron sus hijos Óscar Omar, Mario Enrique, Juan Carlos, María Eugenia, Claudia María, Kitty y todo aquel que trabaja para el empresario, es que “el que se cría pobre, se enriquece” porque “lo que cuesta es lo que se valora”.

“Es un padre para mí”, “es más yuca que mi tata”, dicen algunos de sus empleados cuando él mismo les pregunta “¿quién soy para vos?”; y, cada vez, entre risas y miradas nerviosas, a Panameño le brillan más los ojos y su rostro enrojece de agradecimiento y ternura.

Al dueño de la empresa Maderas y Metales le encantan los primeros viernes de mes. Ese día se reúne con sus mejores amigos; pero a diferencia de lo que se podría pensar, no son sus contemporáneos o empresarios industriales. Son sus hijos. Sus seis hijos. La junta anhelada, insiste, no es para hablar de trabajo sino para convertirse en amigos, contar chistes y tomarse unos whiskys.

“A veces me da hasta tristeza hablar de la familia porque conozco a muchos amigos míos que sufren por tener malos hijos y me envidian a mí; pero uno cosecha lo que siembra. Si yo sembré amor y respeto en mis hijos ahora estoy recibiendo amor y respeto”, reflexiona.

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Panameño reconoce que no es fácil ser padre y empresario. Para su fortuna, Torogoz tiene 42 años de operar y todos sus hijos, profesionales ya, se han incorporado al negocio. “Cada día nos vemos, nos tratamos, planificamos (...) siempre me consultan y yo les digo: ‘Qué, ¿tenés miedo?’ pero me dicen, ‘no, es para hacer lo correcto’. Mis hijos siguen mi consejo y, sinceramente, esa es una virtud”, dice orgullosamente el octogenario.