La historia de un deportado: “Al principio, uno viene asustado de Estados Unidos”

Juan Amaya es un deportado que lucha por salir adelante en El Salvador con una rosticería de pollo "al estilo peruano".

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Juan Amaya, salvadoreño deportado, ha emprendido un negocio.

Por Lilian Martínez

13 December 2016

Juan Amaya está de regreso por accidente. Conducía el vehículo de su negocio de jardinería cuando chocó y la policía no solo verificó lo ocurrido, sino que también su estatus migratorio. Tras dos años en una prisión, en febrero de 2015 se vio con cadenas alrededor de la cintura y en los pies, como un pasajero más en uno de los vuelos federales que traen salvadoreños deportados desde Estados Unidos.

Juan es solo uno de los 21,752 retornados por esa vía el año pasado, a quienes se han sumado 17,425 hasta el 30 de octubre de este año, según la Dirección General de Migración y Extranjería. Cuando bajó del avión federal y entró al Aeropuerto Internacional El Salvador en agosto de 2015,  le dieron dos pupusas y una Coca Cola como bienvenida.

Tras 25 años de vivir en Estados Unidos, sus hijos y su negocio estaban ahora a 2,786 kilómetros de distancia.

El adolescente, que se fue huyendo de la guerra al finalizar la ofensiva de la entonces guerrilla del FMLN en noviembre de 1989, volvió adulto  a la casa de sus padres; pero sintiéndose un extraño y desconociendo la colonia y la ciudad donde creció.

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“Al principio uno viene asustado, con miedo de salir, de oír tanto homicidio diario, en los buses y todo eso. Uno viene asustado”, reconoce. “Más el acento de uno y cómo se ve, mucha gente le echa de ver que uno está recién llegado. Da pena decirle a la gente que uno viene deportado, la gente puede pensar que uno trae dinero… Yo los primeros tres meses casi no salí de la casa”.

Solo se asomaba a la puerta para ver a su ahora esposa, quien trabajaba como recepcionista en una clínica instalada en un local alquilado de la casa de sus padres en la colonia La Rábida.

A través de Renaceres, una asociación de retornados, se enteró sobre el programa Reinserción Económica y Psicosocial de personas Retornadas a El Salvador, cuya fase piloto lanzaron el Ministerio de Relaciones Exteriores y Conamype en enero.

Juan asistió a varias capacitaciones y, de entre 380 participantes, fue uno de los elegidos para recibir dinero para iniciar su negocio.

Al principio, pensó poner “un comedor normal”, pero tras hacer una investigación cerca de su colonia, vio que tenía un producto novedoso que ofrecer: pollo al estilo peruano.

“Chicken and Steak” es el nombre del modesto negocio donde él y su nueva pareja ofrecen pollo a las brasas, condimentado con ají, que nada tiene que ver con el pollo frito al que están acostumbrados los salvadoreños. Además, él y su esposa preparan tortas y combos con piezas de pollo y papas.

La receta es una de las que aprendió trabajando como cocinero en Virginia. Durante los últimos siete años en Estados Unidos, dejó el restaurante e inició un negocio propio de jardinería: Amaya Landscaping.

Ahora, a un año de haber vuelto al país, todavía se siente desubicado: “Aquí todo es diferente”. “Aquí a veces la gente exige más, pero no quiere pagar… Allá… la gente exige calidad, pero la paga”.

Para adaptarse a la clientela salvadoreña, aunque en Estados Unidos los combos pueden llevar solo pollo, papas y aderezo, Juan ha diseñado combos con pollo, papas, panes, ensalada y bebida. “Los más parecidos al Pollo Campero”, dice riéndose, para luego marcar la diferencia entre esa marca y el que él prepara: explica que asar el pollo es más costoso que freírlo, porque el carbón sólo se puede usar una vez. “A veces la gente no entiende eso”, lamenta.