El bosque que se quema cada año

Los cazadores y los que roban madera queman el bosque.

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San Salvador 14 de Febrero de 2018. Incendio Parque Deninger. fotos : René Estrada.

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09 April 2018

Una noche de 2015, Javier Huezo dijo “tengo suerte de ser un vago” y así fue. De no ser porque esa noche regresaba de una fiesta, el bosque Walter Thilo Deininger se habría quemado.

Cuando el joven guardarrecursos vio asomar humo de entre los árboles corrió a avisarle a sus compañeros. No era la primera vez que el bosque se quemaba ni la primera vez que intentaban apagarlo con lo que tuvieran a la mano. No hay año en que no se queme el bosque. En la época seca, entre enero y abril, es más vulnerable a convertirse en hoguera.

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Luego de siete años como guardarrecursos, Javier ve como normal apagar una llamarada. Aunque, han habido ocasiones en las que reconoce que los ocho guardarrecursos no bastan para apagar incendios en un bosque con un tamaño similar al de 700 canchas de fútbol.

Néstor Herrera busca rastrojos y ceniza que evidencien el último gran incendio en el Deininger. El biólogo coincide con Javier en que estos incendios son provocados para robar madera, cazar venados y tepezcuintles y, por descuido de los agricultores que queman su parcela y el fuego termina en el parque. El año pasado hubo un incendio que lo devoró casi en su totalidad; helicópteros de la Fuerza Aérea, miembros de la Cruz Roja y unas 50 personas intentaron apagar el fuego. Luego, el Cuerpo de Bomberos comprobó que el incendio había sido provocado. Es arduo para ocho guardarrecursos monitorizar las 732 hectáreas que tiene el bosque. No tienen armas ni radios de comunicación ni binoculares.

Para que un bosque se recupere debe pasar una década. El incendio de 2017 casi acabó con el bosque y debieron pasar dos meses para que Protección Civil emitiera alerta amarilla en La Libertad y en San Vicente por la alta probabilidad de incendios forestales y de maleza debido a la época seca. Nueve de cada diez incendios se originan en esos dos departamentos. En enero se quemaron más de 600 hectáreas del bosque, en marzo, el incendio en una hacienda cercana quemó nuevamente el Walter Thilo Deininger y dejó la flora y la fauna convertidas en cenizas.

En el cerro El Licencial, cerca de la frontera con Honduras, en Llano de la Virgen, Chalatenango, se quemaron 698 hectáreas. Otro incendio, en el caserío Monchito en San Vicente, acabó con 559 hectáreas de flora y fauna. La Policía, los habitantes y los trabajadores de la alcaldía se unieron para apagar el fuego. En marzo es cuando más sufren los bosques en El Salvador.

Apagar un incendio en el bosque Walter Thilo Deininger empieza desde que el vigilante de la torre de control observa la humareda; este deja una llamada perdida al guardarrecursos y Javier o algún otro guardarrecursos, si tiene saldo, avisa a los demás. Los ocho guardarrecursos que tienen turno en el parque corren a la zona si se encuentra a su alcance; si el incendio está a varios kilómetros lejos, llaman a los bomberos.

El incendio del año pasado casi acaba con las especies de árboles y animales que hay en el parque; consumió más de la mitad del terreno e incluso terrenos cercanos. Edwin Rosales, quien vive en la comunidad al lado del parque, ha visto al Walter Thilo Deininger incendiarse, pero confiesa que él y sus vecinos, solo ayudan cuando tienen miedo de ser afectados: “La verdad es que, si no nos afecta los cultivos o las champitas, no nos metemos”.

Javier sostiene que el bosque, si no es quemado por tráfico de madera o caza, es quemado por odio: “Cuando los descubrimos queriendo cortar árboles o cazar animales y les quitamos el hacha o el arma con la que querían hacerlo se enojan contra nosotros y después vienen a quemar el parque. Lo hacen por venganza y porque no quieren este lugar”.

Los troncos consumidos por el fuego, los árboles caídos y parte del suelo cubierta de ceniza dan muestra del daño. El biólogo Herrera considera que “el primer daño es quemar todo. Lo segundo, es que debilita los árboles y aquellos que no son fuertes, porque tienen alguna enfermedad, son más proclives a morir. Además, la recurrencia de los incendios los pone en peor condición”.

Los guardarrecursos aprecian las áreas del parque que no se han quemado; prefieren cuidar lo que aún sigue intacto, que vigilar las áreas desérticas del bosque. Al parque Walter Thilo Deininger puede entrar cualquiera. En las orillas del parque hay varias comunidades a las que no se les impide, ni con cerco ni con muros, ingresar al parque. Esas áreas parecen abandonadas y el bosque es vulnerable a que cualquier habitante se meta por cualquier lugar que no sea la entrada.

Es enero y el suelo aún está húmedo. Las hojas de los árboles forman una galera que da sombra y evita que el suelo se evapore. El parque Walter Thilo Deininger es un tesoro natural. Tiene tres tipos de bosque, es bosque de galería, porque tiene especies a la orilla de un río; es secundario porque al ser talado, en diez o veinte años, nace otro bosque y es caducifolio porque su hoja cae y retoña, y ese follaje mantiene las especies siempre. En el parque hay cedros de más de cien años y de unos 25 metros de altura. En la Cueva del Cura hay incontables semillas de jocotes devoradas por los murciélagos. Las cotuzas cruzan los senderos sin temor. Los insectos son agresivos, destruyeron dos tarimas para acampar. Los árboles, en especial los Voladores, saben que en un bosque la competencia es dura y deben luchar para alcanzar el sol. Néstor considera que hay muchas especies que “están adaptándose y luchando por encontrar su espacio en un bosque tan rico como el Deininger”.

Desde 1986, el bosque se ha incendiado unas 50 veces. Ese año pasaron ocho días y el bosque seguía en llamas. Dos años después otro incendio devoró tres cuartas partes. El Deininger no ha tenido oportunidad de recuperarse cuando otro incendio vuelve a consumirlo.

Juan Miguel Juárez, jefe de la Unidad de Medioambiente de la Fiscalía, dice que de los incendios en el bosque solo un caso ha sido llevado a los tribunales. En 2015 el bosque se incendió debido a que personas que se dedicaban a la venta de cobre y llantas quemaron algunas llantas y el fuego se pasó al parque. ¿El castigo?: “Les pusieron responsabilidad de trabajo en la zona y el compromiso de quitar esa actividad”. Para Néstor Herrera los fiscales necesitan mayor preparación para individualizar delitos medioambientales. “Yo maté al animal, el perito evaluó que la sangre era mía, el arma era mía, pero las evidencias no son suficientes; sí se encontró el arma, pero no es seguro que quien disparó fui yo. El sistema judicial está supeditado a lo que dicen los testigos”.

La Ley de Áreas Naturales Protegidas en el artículo 70 faculta a los guardarrecursos a portar armas. Los guardarrecursos del bosque Deininger no andan armados, no tienen binoculares ni radios de comunicación. El parque es administrado por el Instituto Salvadoreño de Turismo (ISTU), para el cual lo principal es que turistas y extranjeros visiten el parque. Lo han logrado. En todo 2010, 3 mil turistas visitaron el parque. Para 2015, en el parque se construyó un circuito con 22 obstáculos de juego extremo que atrajo 18 mil turistas, cinco veces más que en 2010, el proyecto costó más de tres millones de dólares. Al terminar 2017, casi 40 mil turistas visitaron el parque; esos números son un alivio para el ISTU pues, aunque el Deininger no atrae el medio millón de turistas que atrae el Cerro Verde cada año, los visitantes han incrementado. No es para más, las únicas diez inversiones que el ISTU ha hecho desde el 2012, en el parque, han sido enfocadas a atraer turistas y a contratar empresas supervisoras de los proyectos del nuevo parque de aventura. El biólogo opina que esas son metas institucionales: “Los animales no me importan, ¿sabe por qué? porque cuando venimos aquí los perturbamos. El parque lo donó el señor Walter Deininger para que se conservara y la visión del ISTU riñe con eso. ¿Por qué si se quema todos los años no tienen planes o agua en lugares estratégicos? Porque mi visión como ISTU es otra, por más que quieran promover la aventura este parque no está hecho para eso”.

Los cazadores hurgan el parque, cazan a los venados y los destazan en el lugar. A veces hasta dejan el cuero, no les sirve de mucho porque deben curtirse. La carne de un venado equivale a 100 dólares aproximadamente. Si la idea es robar miel, atizan fuego en las colmenas para que las abejas se confundan y no reconozcan señales. Eso provoca los incendios. Néstor considera que los pocos animales que logran escapar mueren a los cuatro o cinco días: “Es un golpe que los hace buscar un lugar desconocido para poder comer y refugiarse. No pueden regresar al lugar donde vivían”.

Caminamos cinco kilómetros y pegado al parque hay un cañal que a nadie le incomoda. En ese lado del parque los árboles no hacen sombra pues son solo ramas secas, sin fruto y sin hojas. Parecen quemados, pero no, son árboles caducifolios, las vainas son verdes y están más vivas que nunca.